Me declaro culpable de haber sobrevivido a unas
merecidas heridas, de no haber pecado lo suficiente, de no haberte amado como
debía, de no haberle gritado al viento lo que de verdad sentía. Me declaro
culpable de excesiva valentía, de mis falsos besos, de mi picante hipocresía. De
las decisiones arrolladoras que conducen al fracaso, de mis sentimientos
inútiles pero igualmente alimentados, de las mentiras que fabriqué, de las
verdades que intencionadamente oculté. Todo vuelve, la culpa adquiere forma de
nube y delata mis pasos equivocados, el humo burlón que pensé marginado. Busco
restos de mi inocencia mientras voy fumando la vida, soñando con hallar esa
parte de mí que aún se puede salvar. Mi viaje es sólo de ida, mi sentencia ya
está escrita. Acepto el castigo pero no creo que valga la pena. Porque forma
parte de la naturaleza humana repetir los errores, ahondar en las faltas. Mañana
reincidiré, envuelta en crímenes del alma, pecados de fuego. Culpable, sí, me
declaro culpable de rebeldía.