Revista Diario

Me estoy asesinando encima...

Publicado el 21 noviembre 2016 por Mtevico

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La noche pasada arreció la tormenta, pero milagrosamente, el día amaneció despejado, Georgina, de una patada, se desprendió del edredón que calentaba su cama y salió desde el dormitorio al pasillo de la primera planta, donde estaba situado el baño que compartía, con las otras damas de la mansión. El cuarto de aseo, estaba caliente y eficazmente adaptado a la época actual, aunque la residencia fuese una añosa construcción del período victoriano.

Georgina se lavó, peinó y vistió convenientemente para desempeñar sus funciones y descendía ya la escalera hacia la planta baja, cuando comenzaron los murmullos propios del despertar, de los otros residentes. Se dirigió inicialmente a la cocina, situada entre los talleres y el gran salón. La pieza era un espacio sumamente agradable, por sus efluvios y parloteos del personal, desde primeras horas de la mañana. La cocinera rechoncha y sonrosada, como se esperaba de alguien de su condición, se afanaba en terminar la presentación de los platos, que conformarían el desayuno, (café, té, tostadas de pan blanco, mantequilla y mermelada casera, huevos, miel, salchichas y jamón dulce, además de pastel de riñones, servido ocasionalmente) personalmente le parecía un desatino, pero eran las normas...
El servicio, incluido todo el grupo de apoyo, desayunaba en la cocina, aunque no por eso lo hacían de modo más frugal, sino que habitualmente lo constituía, las sobras de la noche anterior (pastel de carne o ave frío, lonchas de cordero, verduras cocidas y té o café).
Con estas reservas, no era de extrañar que los ánimos siempre estuviesen, debidamente sosegados.

La joven, después de saludar al conjunto, se encaminó hacia el salón del comedor, éste era una pieza muy luminosa, con grandes ventanales cubiertos de pesadas cortinas de terciopelo, que cada noche se cerraban al exterior y proporcionaban a la estancia la privacidad anhelada. Justamente lo apropiado en instituciones como esta.

Sus pasos la acercaron a la imponente chimenea de madera, en donde el fuego ya prendido, chisporroteaba alegremente.
“... En sus sentidos, los sutiles aromas, al abrir espontáneamente uno de los ventanales que dan al jardín, se superponen... Junto a las hortensias del parterre y los limoneros del huerto, la fragancia de cera de abejas y roble del pulido suelo y de los muebles bien bruñidos, la hacen eclosionar de placer...”
Georgina miró hacia la hermosa araña de cristal de Murano, que estaba suspendida sobre el centro de la mesa, resplandecía por los reflejos del fuego precoz, mientras la cocinera disponía el suntuoso aparador con los acopios de exquisiteces.
Una voz la sacó de su ensoñación.
-¡Buenos días Georgina!
-¡Buenos días Lady Ascott! -respondió ésta rápidamente.
Desde la puerta del jardín aneja al pequeño porche, se coló dentro de la casa, una mujer de extraordinaria presencia. Solo su visión producía escalofríos. Parecía la estampa de una nueva Dama de Shalott, surgida de las brumas del amanecer en los páramos.
Lívida, considerablemente alta y huesuda, con el cabello recogido en dos larguísimas trenzas, que se deslizaban una a cada lado de su hermosa cabeza, sujetaba con fuerza una pequeña hacha de podar, bastante sucia por cierto. Vestía un atuendo largo y transparente, con una especie de túnica o pashmina superpuesta, de colores marrones, rojos y anaranjados.

“Menos mal que no va totalmente desnuda” -fue el primer pensamiento de Georgina, después esperaba que el rojo del pañuelo, no fuese sangre...
-¿A quién vamos a matar hoy? -preguntó Milady.
-Ha descansado bien, presumo -el vozarrón del coronel sonó estrepitoso entre el aparador y la artillería de menaje del desayuno.

-Pues presume Ud. bastante mal por cierto, el apestoso gato del cancelero, no me ha dejado pegar ojo en toda la noche con sus mugidos.
-Maullidos, Milady...
-¡Eso es lo que he dicho!... A los que se ha unido un coro de voces, que parecían querer soliviantarme a toda costa.

-Ha dado a luz esta noche a cinco preciosos gatitos Milady, son adorables, todos blancos y las orejitas marrones -señalaba Georgina, mientras sonreía condescendiente. -¡Entonces es una gata! -apuntó el coronel.
-¡Por eso estaba tan gordo! espero que a partir de ahora no sea tan tragón -aseveró Milady, mientras rozando con sus velos al coronel, dirigía sus pasos como si de una estela se tratase, hasta el buffet.
-Está Ud. verdaderamente arrebatadora esta mañana mi querida amiga, tome asiento a mi lado e inúndeme los sentidos con sus perfumes...
-¡Ni en sus mejores sueños coronel! debo sentarme próxima a las ventanas, no puedo distraer mi atención de la última escena del crimen, cualquiera sabe de lo que son capaces, estos ineptos policías del barrio.
Durante unos momentos el murmullo de las voces se silenció y dejo paso a los sonidos cotidianos de las tazas y platillos de té chocando entre si. Los cubiertos de plata labrada, arañando las fuentes repletas de huevos, jamón, salchichas..., y los susurros corteses de los allí presentes, mientras se pasaban y compartían el pan y la mantequilla.

Uno a uno, los restantes comensales fueron poniéndose cómodos y disfrutando de su mutua compañía.
Ubicado en el centro de la sólida mesa de comedor, lo que parecía un tímido muchacho, disfrutaba casi tanto como su interlocutora, del relato que compartían.

-Se mecían como dos juncos verdes... -seguía con su descripción romántica de la pareja de amantes, protagonistas de su fantasía, de la noche pasada.
-¡Ah Dorian¡ ni el mismísimo Lord Byron, podría relatar de modo tan sutil, el amor de esos jóvenes.

Era la aflautada voz de Mme. Tussauds. Su mirada increpaba sin descanso al joven poeta, mientras que sus rancias manos, bien cuidadas pero de piel transparente y cerúlea, se agarraban a las florituras de encaje del mantel, arrugándolo en su énfasis de pasión vetusta.

Rodeando la sala, Georgina se reclinó ante la silla de ruedas del Sr. Dogen (el cocinero iluminado), era su Gurú particular. Antaño, bastante peligroso con sus brebajes, pero ahora un adorable anciano, que dormitaba con su taza de té ya vacía, descansando peligrosamente sobre sus piernas. La mañana prosperaba luminosa, y los tempranos rayos de sol calentaban el espacio del cuadrado de las ventanas, haciendo estas plazas muy acogedoras.

Dogen llevaba un turbante de pura seda color carmesí, de más de un metro de largo, escrupulosamente colocado sobre su cabeza. El indio poseía un tono de piel rojizo tostado y un cuerpo flaco y descarnado. Fibroso, antes de verse sometido a la inmovilidad de la silla de ruedas. En su rostro destacaban unas cuencas negras y brillantes que asemejaban ojos y una sonrisa desdentada, inicialmente blanca como el marfil.

-Maestro, -le susurró dulcemente Georgina- ¿qué vamos a cocinar hoy?

El rostro del indio, se avivó y dejó caer una babilla de satisfacción entre las comisuras de los labios.
-¿Unos fideos Mian con semillas de Belladona?, y para el buen doctor ya sabes, bien especiados...

No pudo reprimir una sonrisa cadenciosa, que se transformó en un embate de tos y eructos que le sacudieron violentamente, hasta casi experimentar un ataque asmático. -Como es habitual, nuestro Gurú se muestra en su estadio más desagradable e inapropiado, para los que deseamos disfrutar de este momento del día -le increpó el galeno.

-Dr. Cardamomo, mi héroe, mi seductor... -intervino Milady- se acercaba serpenteante, desde el extremo opuesto del comedor, paseando distraídamente la mirada entre los asistentes, mientras jugaba descuidadamente con el trinchante del jamón, entre sus elegantes y delicadas manos.

-Lady Ascott... -respondió el doctor situándose frente a ella, en un rápido movimiento que la sorprendió- No debemos dejarnos llevar por la impaciencia, ¿me permite?, yo mismo le serviré un poco de éste delicioso jamón dulce -le susurró mientras hacía suyo el cuchillo de mesa.

Sonrió sutilmente a Georgina, quien en este momento, parecía ausente del grupo, sujetaba con su mano derecha, una delicada pieza de Sèvres para el té, mientras que con el índice de su mano izquierda, no cesaba de dar golpecitos sobre un montón de carpetas de cartón, repletas de recortes de prensa y lo que parecían ser informes médicos.
-¿Va todo bien? -le preguntó Cardamomo- mientras tomaba asiento a su lado y se disponía a dar buena cuenta, de una generosa porción de jamón con miel.
-¡Claro que si! todo irá espléndidamente, mientras estemos dispuestos a atacar sus órdenes -era la voz meliflua de Milady la que respondía.

-Acatar, Milady, acatar... Le corrigió nuevamente el coronel.
-¡Pues eso también! -manifestó alzando su mano con desdén y acompañándola de un fastuoso mohín continuó -y sugiero que deje ya de corregirme, si no desea que le introduzca la tetera, por ese “culo puntiagudo” que ostenta..., mi queridísimo amigo. Dorian estalló en una espontánea carcajada y a él se le sumaron todos los presentes, originando así una atmósfera de regocijo en la sala.
-¡Ejem!... Lamento la interrupción damas y caballeros, pero el deber me obliga a presentarme tan abruptamente en su hogar...
Fue la entrada en el comedor, de un personaje de aspecto oriental, portentoso y elegantemente vestido, que se ajaba el sombrero a modo de saludo y sonreía cínicamente, al delatar su presencia.
-Inspector de policía Kita Holmes -dejó “caer su nombre” y tras esperar unos segundos para comprobar que creaba el efecto buscado, prosiguió sosegada, pero firmemente. -Como ya estarán enterados, se ha producido un terrible incidente esta madrugada y mis hombres y yo, hemos sido designados por la brigada criminal, para esclarecer la situación de forma segura e inminente -concluyó repasando con su mirada a todos los presentes.
-¡Coronel de Reserva, Serapio Watson! -saltó de su asiento ofreciéndole la mano- ¡me pongo a su disposición de inmediato señoría! Este lugar ha sido contaminado, vilipendiado y puesto “patas arriba” demasiadas veces, por ineptos policías que únicamente saben hacer agujeros en el jardín, con el repetido malestar y molestia que esto nos origina.
-¡Ciertamente¡ -apoyó el Gurú- únicamente hay que saber identificar las señales, para hallar el camino...

-¡Método señor mío, método! -estalló el puño en la mesa, al replicar con esta frase, el doctor.
Sin variar ni un ápice la perspicaz situación del momento, la anciana dama, con un breve carraspeo, se dejó oír por encima de los asistentes.

-Estoy deseando probar esta nueva confitura de cicuta... ¿me sirves un poquito en la tostada querida? -con la rebanada en la mano extendida, Mme. Tussauds se dirigía a Georgina afablemente- Ya casi son las once y me estoy asesinando encima...
-Bien señores, ya advierto su buena disposición -continuó Holmes- ¿quién desea ser hoy finiquitado...?

.....
Georgina se despertó de muy mal humor. Somnolienta se arrebujó bajo el suave

edredón de plumas, perezosa. El aire puro que penetraba por la ventana de guillotina entreabierta y la soleada mañana, no hicieron sino acrecentarlo.
Apenas hacía un par de horas que había conseguido relajarse y conciliar el sueño, los mugidos de algún gato mugriento y perdido, la habían mantenido despierta casi toda la noche...

Dawn.
Marzo de 2014

Fin.

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