Es difícil culparlo. No sólo es petiso.
Además, no es muy buen mozo
que digamos.
Lo dudé con nostalgia: ¿No más tretas de gnomo resentido? ¿No más narices fruncidas acompañando amenazas de demandas en las reuniones de consorcio? ¿No más hechos inexplicables, rarezas sólo posibles de ser reales a manos de un gnomo oscuro, débil y poco ordenado?
Sin embargo, el aviso era de una inmobiliaria seria y no sólo aparecía colgado del balcón de su departamento, también aparecía en Internet. Además, también vi entrar y salir a los agentes inmobiliarios con todo tipo de candidatos. De manera que parecía cierto, parecía que no había truco: Se vendía el departamento de Gustavo.
Incluso en unos pocos meses al cartelón blanco de venta, se le agregó el chiquito amarillo: "vendido" (vino a ponerlo un hombre con su hijo de 6 años aproximadamente en un Falcon rural viejo viejo, lleno de carteles similares en el baúl). Se vendió entonces. Pensé: No más Gustavo.
Pero no.
No señoras.
No señores.
Gustavo se mudó acá a dos cuadras. A una casa que le vendió un ruso de barba que veo a veces en el Café de París.
Es muy difícil irse de este barrio. Ya van a leer.
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