Medicina sin alternativa

Publicado el 29 noviembre 2011 por Toni
Hermoso domingo por lamañana. Salimos de San Salvador en dirección Este hacia Cojutepeque, míticavilla asentada en lo alto de un cerro con espectacular dominio del valle,reputada desde tiempos de la Conquista por sus indios rebeldes y sus infaliblesbrujos. Tras varios cientos de metros ascendentes por calles y mercadosllegamos a una hermosa, apretada, ruidosa y transida plaza céntrica. Bajamosdel auto, hago una foto, doy unos pasos y la tierra bajo mis pies se mueve,unos ángeles del cielo llaman mi atención y un fuerte crujido en el tobillo desencadenaun escalofrío que me recorre la espalda y deja mi mente en blanco. La siguientemedia hora la pasé en el suelo apoyado en la columna de un pórtico sumido en unextraño estado de embriaguez acrecentado por las miradas de preocupación ysorpresa de un sinfín de extraños seres ambulantes. Este dolor incorpóreo fueabandonándome a medida que el tobillo comenzaba a ensancharse y convertirse encentro de otro tipo de dolor más concreto y reconocible. La grosera hinchazónamoratada no presagiaba nada bueno.

El veredicto del lunesno fue tan malo. Primera hora de la mañana; llamadas a la aseguradora; taxi alHospital Diagnóstico de la Colonia Escalón, el más caro y equipado de la ciudad;en principio, el mejor; unas horitas en compañía de preciosas enfermeras ysolmenes doctores debidamente condecorados con estetoscopios por encima loshombros; radiografías de frente y de perfil (toda una ficha policial deltobillo. Ya antes me habían tomado la tensión y el peso (?)); escayola hasta larodilla (negociable por una sofisticada cédula plástica de quita y pon); veinteantiinflamatorios y despachado con órdenes de guardar tres semanas de reposoevitando moverme y sobre todo cuestionar los fundamentos de la ciencia médicamoderna. Se trataba de un esguince de tobillo de categoría tres con roturaparcial de ligamentos, lesión común y hasta vulgar, pero de mi autodisciplina yacatamiento de la sentencia dependía mi total restitución a la normalidadbípeda. Así que mucho ojo con buscar alternativas. El doctor pronunció estaspalabras con el dedo erecto apuntando al más allá; al futuro negro de cojeraque me auspiciaba la ciencia en caso de serle infiel.María y don Víctor, conlos que paso mucho tiempo de calidad últimamente, me informaron de que esaalternativa de todos conocida en El Salvador se llama “sobar”. No era fácilencontrar quien te sobara porque normalmente es en el ámbito de la familia oalgotro igualmente cercano donde se solucionan este tipo de lesiones, en elmomento que se presentan, con un enérgico masaje que tiene por finalidad“llegar el hueso a su lugar”. Afortunadamente, María sabía de alguien en elMercado Central al que recurrían las vendedoras víctimas de tan frecuenteslesiones: don Amado, a su vez vendedor de flores.No pasé buena noche. Enmis pesadillas, un fulgurante estetoscopio se posaba lentamente en el tobillo ytrasmitía directamente a mi mente la imagen de unos débiles ligamentosresistiendo heroicamente a la insoportable presión de las burdas manos de un brutovendedor de amapolas con el más irónico de los apodos. Me desperté cojo,buscando bajo las sabanas la punta del pie para ver si estaba en su sito o enalgotro. La pugna entre el miedo y la curiosidad duró todo el camino hasta elMercado, mientras penetraba sus pasadizos, mientras salía de un laberinto parameterme en otro y llegaba finalmente al pasaje de los Claveles, en el pabellónde las Flores. Allí don Amado lucía una camisa sin mangas, de las que asomabandos contundentes brazos, y un amplio flequillo del que brotaba la inconfundiblecara del indio: unos ojos estáticos y clavados en lo que miran pero a la vezcomo independientes de la boca; una boca que gesticula, fluctúa y trabaja paratransmitir tranquilidad. Andaba el hombre bien atareado empacando manojosde  plantas (las míticas “7 yerbas”) parauna vigorosa anciana que decía llevárselas a San Miguel. Sin embargo nodescuidó una sonrisa en cuanto me vio, ni sacarme un destartalado taburete paraacomodar la espera. A medida que seprolongaba la espera la agonía se fue transformando en un descentradocontemplar de personas de todas las edades y géneros, de varios colores ytemperamentos, moviéndose a distintas velocidades y por lo general portandoalgo en las manos, los hombros, la cabeza o cualquier otra terminación delcuerpo capaz de sostener o sujetar. Antes de que Amado terminara con la viejitade San Miguel varios clientes se acercaron con una petición apenas audible quesin embargo el vendedor reconocía y satisfacía de inmediato a cambio de unascoras que saltaban de manos con igual celeridad. Cuando llegó mi turno no supeque decir. Durante un instante me olvidé incluso de porque estaba allí. No dijenada. Puse el pie en manos de Amado y empezó a sobar, de la rodilla hacia abajoy por la planta hacia el dedo gordo, con fuerza, con mucho brío. La cosa seempezó a calentar y a doler. Pero llegó el momento de maniobrar sobre eltobillo hinchado y las manos del jefe sioux pasaron a ser instrumentosdelicados que con lentos giros y contragiros buscaban un clic: el testimoniosonoro de que “el hueso había llegado a su lugar”. Cuando se produjo, don Amadolevantó su impertérrita mirada acompañada de una sonrisa particularmente ampliaa la que le valió una única palabra para decirlo todo. “Original” fue lo que medijo y tras unos escuetos consejos (completamente contrarios a los previamente ordenadospor el doctor condecorado) me dejó marchar dando a entender que mi salud volvíaa quedar bajo mi entera soberanía, que anduviera con cuidado y que viera cualde todas mis acciones me encaminaban a un mejor progreso. Aun en mitad de latransición entre un estado de insostenible tensión y uno de inconcebiblealivio, le conté al gran brujo iroquai toda la historia, como me zafé eltobillo, como reaccioné yo, como reaccionaron los señores con estetoscopio y elindecente monto correspondiente a su inútil intervención… Me desarmó cuando aesto último el apache respondió, sin malicia alguna que yo pudiera captar, quehabía que comprender que la gran inversión hecha por los estudiantes demedicina tenía que ser recuperada de alguna manera.

Don Amado


Ciertamente, el pobreinversor con estetoscopio que el día anterior me había condenado a convertirmeen estatua de escayola había procurado por todos los medios proteger suinversión y alejarme de esos curanderos que dicen poder sanar con el poder desus manos y de la inteligencia oral proveniente de los ancianos. Frente a ellosexhibió (confieso que provocado por mi impertinente cuestionamiento) todo elprestigio y poder persuasivo que sostiene el edificio de la ciencia (moderna)con sus batas y uniformes, sus universidades, estándares y protocolos, suslogros puntual y concienzudamente registrados en los libros de Historia, susambiciosas previsiones para el futuro y el incuestionable apoyo que el signo delos tiempos le ha brindado. Unos días atrás, en uno de esos popurrís denoticias que te hacen los buscadores internáuticos, había visto un titular queresumía todo el planteamiento de la cuestión a su expresión más sincera yburda: “La medicina científica no lo cura todo pero la alternativa no curanada”. Hijue… ¿creen ustedes que sin este tipo de apoyo mediático, sin esta mentirainfinitas veces repetida, sin la manipulación y distorsión de nuestrapercepción de la realidad se sostendría edifico tan precario como el de lamedicina científica moderna? ¿pero no tiene suficiente la medicina científicamoderna con relegar otras concepciones del mundo a la condición dealternativas, minoritarias, residuales, desamparadas y marginales? ¿de dóndeproviene además esa necesidad de usurparle toda legitimidad a sus rivales, deconvertir las opciones restantes en proscritas e ilegales? ¿avaricia, miedo,posesividad, fanatismo?. Sea la razón que sea, lo cierto es que esta despiadadaguerra contra la salud no tiene ninguna base empírica y su sostén es puramentedogmático. Para nada se trata de un fenómeno aislado. Por el contrario, ennuestros días se trata de un comportamiento común y recurrente, que los mediosde comunicación exaltan y la gente por las calles finge comprender. Ciertamente, también lademocracia científica moderna con sus parlamentos, constituciones y plebiscitosse mostró altanera y despectiva ya desde sus mismos orígenes, desde susanglosajónicos y decimonónicos principios. Desde siembre ha mirado por encima delhombro a cualquier otra forma de gobierno y ha servido como alivio deconciencias a la hora de hacer cuentas con los muchos pueblos espoliados bajola falsa bandera de un mundo más libre. En todo caso, yo nunca había visto unnivel de intransigencia tan obsceno como el exhibido estos días ante unidadespolíticas como Libia, Egipto, Túnez, Siria o Irán cuya legitimad como estados fuetotal y exclusivamente creada por los mismos que ahora deciden quitárselos deen medio a base de bombas, embargos o lo que sea. Hoy en día frente a lademocracia no hay nada. El que no está con ellos es un déspota, un dictador, uncriminal, algo infrahumano que no merece más consideración que la necesariapara el exterminio. Pero esto está ocurriendo a unos pasos y al mismo tiempoque en Italia o Grecia (o ya veremos quien sigue) se revoca abiertamente laposibilidad de tomar soluciones consensuadas en beneficio de un pragmatismo quenadie ve por ninguna parte. Ocurre mientras vemos como en cualquier país, ennuestro propio país, se denomina democracia a una serie de reglas que estánindefectiblemente configuradas para sostener formas de gobierno particularmenteinmovilistas y endogámicas.¿Qué sino su propiadebilidad unen a la democracia y la medicina científica moderna en sudespiadada e inmoral guerra contra lo diferente? Lo realmente brutal de todoesto es que una de las formas más retrogradas, indecentes y fanáticas degobierno (del cuerpo público y del cuerpo privado) se esté dando a la vez y en consonanciacon un discurso irrenunciablemente comprometido con la objetividadproporcionada por la relación empírica con la materia. De hecho ¿no será esteel problema?Nota: La imagen de arriba proviene de los billetes(fuera de curso desde hace mas de una década) de cinco colones. Se trata de unicono venerado en distintos lugares y por muchas personas de El Salvador.Recibe diferentes nombres según el lugar. Por ejemplo sé qué en Izalco dicenque se trata de Felicita Huezo, esposa de otro memorable patrón popular, elhermano Macario Canizalez. Pero en Panchimalco dicen que se trata de la hermanaTrinidad Huezo que está enterrada en el cementerio de Rosario de Mora. En todoslos casos, sin embargo, se trata de una campesina indígena que da suerte ybendiciones en los negocios, los cultivos, la salud o allá donde se la requiera. Es como una amiga intima que genera confianza y da fortaleza para emprender incluso las más osadas hazañas. Quienes no participan de este culto (todos sabemos quien) lo consideran magia negra o sumaignorancia. Lo peor es que incluso quienes cultivan esta bella, humilde, original y ancestralforma de relación con la naturaleza a veces también se consideran a si mismos ignorantes e ilegales.