- ¿Tiene algún libro de James M. Cain?- Caballero, esto es una zapatería.- ¿Y eso le impide tener libros de James M. Cain?- Caballero, no tengo tiempo.- ¿Se está usted muriendo?- No, ¿por qué?- Tiene mala cara.- Hace mucho calor en esta tienda.- Salgamos afuera y fumemos un cigarrillo.- Está bien. ¿Cómo se llama usted?- José Mauricio.- Yo me llamo Dominga.- ¿Me regala un cigarrillo, Dominga?- Lo que haga falta.- Qué lindo es fumar. Lástima que haya tenido que dejarlo, pero últimamente me sentaba realmente mal.- ¿Y por qué fuma ahora?- La vi a usted y me entraron unas ganas súbitas, irreprimibles.- Es lo más bonito que me han dicho nunca.- Puedo decirle cosas aún más bonitas.- ¿Por ejemplo?- No se me ocurre nada.- ¿Quién es usted, ser misterioso?- José Mauricio Bermejo, agente de seguros, para servirla a usted. Los lunes ceno con unos amigos maricones, luego charlamos y tomamos caipiroskas, los martes voy a mi bar favorito, los miércoles juego al fútbol con unos amigos machotes, luego cenamos y bebemos whisky, los jueves vuelvo a mi bar favorito, los viernes suelo practicar sexo con alguna noviecita, a veces también los domingos, para aplacar la melancolía, y los sábados me aburro mortalmente. Hábleme de usted.- Dominga Lavandeira, dependienta en una tienda de zapatos, antigua camarera, para aplacarlo a usted. Los lunes escucho cantautores, los martes pop británico, los miércoles voy al gimnasio, los jueves salgo con mis amigas, los viernes dejo que el azar decida por mí y los fines de semana escucho flamenco-jazz. - Na te debo.- Na te pío.- Me voy de tu vera, orvíame ya.- Que he pagao con oro tus carnes morenas.- No maldigas, paya, que estamos en paz.- Canta usté muy bien.- La vida es tediosa, Dominga. Nietzsche decía que la madre del desenfreno no es la alegría sino la ausencia de alegría. Y sin embargo yo tengo ganas de todo menos de desenfreno. Me encantaría follármela a usted y que me pidiera perdón justo al llegar al orgasmo. “Perdón, José Mauricio”. Yo la acariciaría y la besaría y dejaría mi orgasmo para más tarde. Y usted me pediría perdón por haberme pedido perdón.- Pero eso no es desenfreno.- Lo que yo decía.- Pero cumple la misma función: aplacar momentáneamente la melancolía. Somos dos seres melancólicos, José Mauricio.- ¿Me acaba usted de besar?- Perdón, José Mauricio.
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