Cuando abres un melón, no lo puedes cerrar. Ante tal evidencia, aún hay quienes se extrañan. Tampoco entienden a las personas que resurgen de sus propias cenizas. Algunos quieren que vuelvan a ellas y no comprenden que la liberación en sí misma, desecha esa vuelta al polvo como camino, y que solo las nubes y el olor a libertad guiarán a los fénix. Yo no soy de los que no se extrañan de que las personas liberadas deseen volar y de que los melones abiertos no puedan volverse a cerrar, pues yo soy melón y fénix. Yo lo entiendo, pues lo he vivido.
Una vez partido el melón, aquellos que se topan con él, no deben hacer otra cosa que disfrutarlo y degustarlo. Dependerá del paladar de cada uno, es evidente, el sentir ese melón a su gusto. Aquellos a los que no sea de su agrado, lo dejarán de comer, pues decir una y otra vez que no es un buen melón, no cambiará su apreciación ni hará que el melón cambie, pues seguirá siendo el mismo melón. Pedirle a un melón que lo haga, no tiene tampoco sentido, pues un melón es un melón y, como muchas cosas en esta vida, se aprecia como es o se deja, pues no hay camino intermedio. A quienes les parezca un buen melón, seguirán comiendo y no dirán nada o, en cualquier caso, comentarán que es un buen melón y que ojalá no se acabara nunca.
Eso es lo que pasa con los melones abiertos, que se comen y aprecian o se apartan. Será por melones...