Melusina

Publicado el 30 junio 2010 por Encantada
La leyenda de Melusina es uno de los relatos más fascinantes de la Edad Media Europea. De origen probablemente celta, nos narra la historia de una mujer maldita que se transforma una vez por semana en una sirena con cola de serpiente. Melusina dedica ese día a permanecer en sus aposentos, chapoteando en la bañera a salvo de miradas indiscretas.
En el imaginario masculino, Melusina es la representante de la verdadera naturaleza de la mujer: mitad belleza, mitad monstruosidad, en ella convergen todos los miedos al misterio femenino. Arquetípicamente, la mirada masculina no han podido ignorar en el cuerpo de la mujer todo aquello a lo que preferían cerrar los ojos en su propio cuerpo: el recuerdo de nuestra animalidad, de nuestro origen salvaje, representado en el hemicuerpo escamoso de Melusina.
Sin embargo, para el inconsciente colectivo de las mujeres, el simbolismo de Melusina bien podría ser otro muy distinto. Aunque se nos suele educar en la idea de que, en el fondo, todas somos crueles, violentas, manipuladoras: malas, en suma, y la leyenda de Melusina no vendría más que a recordárnoslo; existe la posibilidad de acercarnos a otra interpretación diferente.
Uno de los motivos por los que este relato se considera de origen celta es la relación que tiene Melusina con otras deidades femeninas cuyo vínculo común es el agua. Este vínculo remite a un simbolismo que identifica el agua con el origen de la vida y las figuras mitológicas femeninas relacionadas con ella como dadoras de la misma. En el caso de Melusina, esta vida se ve muy reducida: ya no es un lago o un río, ni siquiera un pequeño arroyo; nuestra protagonista debe conformarse con una angosta pero confortable bañera.
Para mí, la leyenda de Melusina es un alegato en favor del espacio femenino. Un espacio mínimo, injustamente constreñido, apenas un día a la semana en el que poder descansar, olvidarnos de las imposiciones sociales y chapotear en el agua de nuestra independencia, recordando que, más allá de nuestro quehaceres y obligaciones, más allá de lo que sociedad espera de nosotras, gozamos de un vínculo estrecho con la vida, con la libertad y el juego, con la alegría: un vínculo que, periódicamente, deberíamos vernos obligadas a renovar. . "Melusina reía alegremente/ Él ahogaba un grito de terror".
Entonces, ¿por qué una maldición? Si nos paramos a recordar el origen de la misma, descubriremos que, en el fondo, no es más que un juego, una excusa, una pequeña treta con la que asegurar ese espacio amenazado al que las mujeres nunca hemos tenido derecho.
En la leyenda de Melusina, como en muchos otros relatos de carácter mítico, las figuras y las situaciones se repiten. Así, fue precisamente la madre de Melusina la primera que aceptó casarse con su padre a cambio de que respetara sus espacios: le hizo prometer que nunca entraría en su habitación mientras durmiera, en el momento de dar a luz o de bañar a sus hijas. Su marido, sin embargo, rompió su promesa, y Presina le abandonó. Cuando Melusina y sus hermanas crecieron, se enteraron de lo ocurrido y decidieron vengarse de su padre encerrándole en el interior de una montaña. Tras descubrirlo, la madre maldijo a Melusina, condenándola a transformarse en serpiente una vez a la semana..

“Si me golpeas tres veces te abandonaré, si me regañas tres veces te abandonaré, no debes vigilarme, seguirme o espiarme, o de lo contrario te abandonaré”.


Pero, ¿fue realmente una condena, un acto de venganza, una manera de hacer respetar a toda costa los privilegios masculinos, otro ejemplo más de rivalidad femenina…? ¿O fue un regalo, una herencia valiosa, la única manera en que Presina podía dejarle a su hija el legado de su independencia, obligándola a luchar por su espacio, impidiéndole que se esclavizara en su matrimonio, al menos una vez por semana…?


… yo vi tu atroz escama,
Melusina, brillar verdosa al alba,
dormías enroscada entre las sábanas
al despertar gritaste como un pájaro
y caíste sin fin, quebrada y blanca,
nada quedó de ti sino tu grito…
… no hay nadie, no eres nadie,
un montón de ceniza y una escoba,
un cuchillo mellado y un plumero,
un pellejo colgado de unos huesos,
un racimo ya seco, un hoyo negro
y en el fondo del hoyo los dos ojos
de una niña ahogada hace mil años.
(Octavio Paz)


No cabe duda de que las mujeres necesitamos ser libres, gozar de espacios propios para crear, disfrutar y sentirnos vivas, y aunque esos espacios sean pequeños, debemos ayudar a nuestras hijas, madres, amigas, amantes a conservarlos, a deleitarse con ellos, reclamándolos también para nosotras mismas. Esta es la manera de renovar nuestro vínculo con la vida, de recordar que, frente a los disfraces que la sociedad nos obliga a vestir, tenemos un cuerpo escamoso que desea chapotear alegremente, aunque sea en una simple bañera.
Teniendo en cuenta los rigores que nos impone nuestro modo de vida actual, ¿qué mujer no desearía sufrir la maldición de Melusina?
Encantada.


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