Amigas. Toulouse Lautrec
1
Es de ese hechizo que hablo
De esas confluencias de fósforo de esos movimientos de la
hierba más íntima bajo él roce de un ala
De su poder y de su abismo de su gran tiara de llamas y de
su corona baldía de prostituta
y de sus ojos que giran de súbito hasta el blanco para
descubrir las raíces más oscuras del alma
Esa gloria carnal de la mujer
Remolino de trópicos y sol de temblor de ola preguntas
humeantes de tótem y de aluvión de labios en las
mareas secretas del azar
En la simultaneidad milagrosa de dos cuerpos sobre las
dunas más tibias de la tierra
Tan hondo en los cimientos de la dulzura en tales
cautiverios de carretera que se desborda en tales
luces de andén del fin del mundo en una niebla
de caricias
Tan lejos ese olor de tren húmedo en viaje esa melodía de desaparecer a través de los paisajes de este reino
y la gravedad de la tierra
La dorable atracción de su masa conjurando unos vestidos
y unos cuerpos que caen como un ángel que
desciende
Y la gravedad del cielo
Arrebatando hacia una cúpula de pájaros el suspiro de
éxtasis de una playa que se retuerce como el
relámpago
La mujer matorral de diálogos del viento y la noche
la mujer sin orillas en sus gestos de entrega y de
delirio en las vastas llanuras de sus venas y su
contacto de torrente
Para iluminar hasta las vértebras la respiración y el
terror del amante entre sus brazos de hojas blanca
donde transpira un país de grandes desarraigos
Tambor de ceremonia y de sumisión
La mujer de mil rostros fulgurantes de mil fantasmas
irresistibles y densos cuya sangre bate en sueños
o se funde a las lluvias
La viva mujer camal de cuerpo de adiós y de eclipse
II
En la oscuridad
Aún vuelvo a entrever los largos cabellos que alguna
vez flotaron sobre mi rostro de pan de los campos
Sobre mis ojos entrecerrados hasta vislumbrar por sus
ranuras la luna fangosa de los esteros a través del
pecho de la dulce mujer de servidumbre inclinada
sobre mi pecho
Tales muchachas surgían con trenzas sofocantes
-¡Isolina!-
Y yo no hablo de nostalgias no vuelvo una cabeza de
llanto hacia un tesoro que es mi propia sangre toda
esa plenitud del deseo fue mía de una vez y por siempre
Ellas se movían en torno como la sombra de los árboles
Un rumor de vegetación y de voces un gran globo dorado
de cosas imposibles y desconocidas ascendía de sus
presencias y del halo de sus senos
Mujeres supersticiosas en sus costumbres del corazón
de la luz con sus espejuelos de magia y sus negros
tobillos entregados al rocío de la hierba
El color seco y traslúcido de sus ojos como un ala de
cigarra
Con sus pensamientos a ras de la grandeza del verano sus peines incrustados en colas de caballo y sus vuelos hasta
el fondo ancestral de su raza sobre las barrancas
Entre la humareda de sibilas de sus braseros los cuartos
llenos de apariciones y catres donde de pronto se
encendían los espejismos de la revelación en las
penumbras del sexo
La siesta a sus pies fijos en ellas sus ojos de iguana cuando hacían resplandecer las rosas ahumadas de su piel con
todos los aceites de la pereza
-¡Oh inmoladas!-
Mujeres de un sufrimiento tierno en los lechos de hierro de
un paraíso de concubinato y de éxodo planchadoras
acariciantes bailantas de miel negra allá lejos sonríen
aún como el resplandor de grandes hojas doradas de
tabaco la garganta y la nuca con un reverbero meloso
que descendía hacia sus senos y sus nalgas
Establecidas como focos en extensiones polvorientas en un
murmullo de falsos rosarios recitados con el vino de las
palmeras
Sirvientas oscuras servidoras de sangre y de polvo de las
constelaciones
Danzaban
Y de sus ritos emanaba un furor indeleble para injuriar
cualquier dicha que no fuera su lazo de culebras de la
tentación y el sudor de sus cuerpos impregnados por
todos los azúcares del agua
Perdiqas como el aliento pasional de sus axilas
Desnudas todavía como un puñal hembra asestado en las
derivas de esa provincia invadiendo lentamente mi ser
con el polen calcinado de su pelo
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
Ahora sólo recuperadas por los dioses deshechos de la
[arena
por los demonios que sacan la lengua entre las nubes de la
lejanía
Recuperadas una vez más por el sabor de inalcanzable
horizonte que hierve en mis labios
III
¡Oh ignorante! Desterrado de los abrazos de su origen
insatisfecho como una gaviota el hechizo se ha roto como
un cometa deshojado en la sombra
Cada edad con su sentencia con el dardo de la extraña
mujer destinada a la evaporación y al insomnio
sus venas hundidas en el arco iris
Extraviado
¿Hasta qué asfixia de ciudad atronadora prosigue tu
súplica la risa de esos cuerpos con sus diadema
imaginarias en brazos siempre ajenos?
IV
La abandonada
¿Acaso no ha surgido lentamente de sus negros espejos
como la herida de un sol ajado a lo largo de un país
vagabundo… ?
En su cálido pozo nocturno -¡Oh saqueador!- tu borrarás su
rostro y el anillo mimoso de su voz
Dormida bajo el vértigo de su plumaje ahora despierta en una
noche extranjera en la jaula absorta de la ausencia
La desconocida girando en la sequía para descubrir como
una llaga su lado de sombra
Todo vínculo es ola adiós desamparo
De todo amor se alza siempre un gran pájaro que huye
De todo cuerpo
Se revela una extensión desierta y sin memoria un plano
lunar donde los besos se pierden
Donde el mundo termina casi con un susurro
V
Oh mi naturaleza violenta indiferente a las ratas de la
salvación
Me ha sido revelado mi más profundo secreto:
Estaba hechizado por el hambre clarificado por el calor
desmedido de mis sienes por ese soplo de solfatara de
nacer y morir a cada latido en mi irreprimible
condición de mendigo del sol
Ignorante de todo sello si no fueran las leyes inéditas
de la marea si no fuera esa intemperie
Nacida de dos seres que se aman
Mi sexo me salva sin plegarias como el hacha del
verdugo salva de todo límite a un águila de sangre
VI
Bajo su máscara de agravios ella avanza para juzgarte
desde su historia inextinguible
Sus ropas esparcidas entre los cantos de una novela de
fiebre y un hilo de sangre plateada fluyendo de sus ojos
con las promesas perdidas de la costa
¿Pero qué días de saqueo qué despiadada levadura de gran salud de lo inestable qué desastres enamorados
conducen a su fin tales romances
Tales codicias entre las glorias de la lluvia.
VII
Basta
Bestia tierna del extravío termina tu brebaje
Bárbaro de tu aliento entre los sentidos del sol entre la
conjugación de naranjas de tu boca y esa luz de pinzas
de cangrejo que asciende por tus piernas y tu médula
como un gran estremecimiento del océano
Y el espejo de ese rostro que avanza hacia ti desde qué
inmensa aventura que comienza condenado desde
siempre a virar de improviso hacia una tierra indecisa Ansiosa tierra a saco sin una fruta que respire en calma
sin una piedra dormida
A flores devorantes a tea de incendiario a silbo de alas’ de
pájaro de presa
Tierra de fermento y de ansiedad
VIII
Músculos de tensión embriagadora de tempestad donde
la gaviota disuelve su periplo
Un reino fáustico de mujeres todos esos corrosivos
resúmenes de las violencias de tu corazón
Servidoras de polvo y de sueño
Sólo recuperadas por la atmósfera frenética del sobresalto por
la incandescencia de esos dones desesperados que
atraviesan el día con su navaja
Recuperadas una vez más mientras el oleaje golpea contra la
borda de un barco y ellas relucen con la belleza
tantálica del mar
He oído su silbo de casuarinas sobre el tejado
Su grito de augurio indescifrable en mi corazón
En esta gran unidad palpitante del viento y la playa de la
respiración y de la muerte del centelleo de la distancia y
el temblor de una caricia más allá de todas las
apariencias humanas
Enrique Molina