Menuda nochecita

Publicado el 27 febrero 2012 por Raulaq

Imagen sacada de google
La noche no empezó con buen pie; y nunca mejor dicho; nada más salir de casa, un perro había depositado todo su regalito en medio de la puerta y mi pie derecho se hizo cargo de él, con el consiguiente resbalón que casi me hace ir al suelo. Cien metros antes de llegar al coche, una nube se reveló contra mí y comenzó a llover; no encontraba las llaves del coche y para colmo otro vehículo había estacionado pegado al mío imposibilitándome la entrada por la puerta del conductor.  Di un rodeo para entrar por el lado del copiloto; al intentar pasar de un asiento a otro toque con mi pie la palanca de cambios llenándola de aquella olorosa plasta marrón. Intenté salir del aparcamiento sin rozar un ápice mi coche nuevo con el coche del lado izquierdo, ya que al otro lado solo se encontraba la acera. Miraba por el espejo. Aunque por escasos centímetros y girando poco a poco el coche salía perfectamente; cuando de repente escuché un ruido como de chapa aplastada. Miré por el espejo interior y nada, miré por los exteriores y tampoco; debía de ser mi subconsciente que me jugaba una mala pasada. Aceleré un poco más y el ruido se hizo más fuerte. Bajé del coche y vi como dentro de la aleta derecha se había incrustado un bolardo de esos que colocan encima de las acerar para no aparcar encima de ellas; esta vez el bolardo aparcó dentro de mi coche. Un coche recién estrenado y ya tenia un buen golpe. Intenté no pensar en ello y continué mi camino. En la segunda rotonda que pasé un policía me esperaba con una gran sonrisa que disimulaba muy bien poniendo cara de cabreado. –Buenas noches –dijo el policía tocándose la gorra con la punta de los dedos de su mano derecha. –Buenas noches –contesté yo. – ¿sabe por qué le he parado? –preguntó el policía. Cuando un policía te pregunta eso es que te ha parado por algo y a mí se me pone cara de culpable enseguida y comienzo a tartamudear. –N-n-n-no –dije yo.  –Pues, le he parado porque se ha saltado usted un “stop”  – me dijo, como si acabase de descubrir la penicilina.  –Señor agente lo que –lo que- lo que passsa es que no-no venia nadie, y bueno… El policía me miró con cara de: –eso me importa un huevo– que es una de las caras que les enseñan a poner en la academia. –la multa son  noventa euros, ¿desea firmar? Miré al agente e hice un movimiento negativo con la cabeza.  Se echó de nuevo los dedos a la gorra –buenas noches. Vale, Había pisado una mierda, destrozado el lateral del coche y me habían multado. ¿Qué más me podría pasar? Llegué a su casa, ella esperaba en el portal bajo un paraguas rosa; su pelo rubio caía por sus hombros como una catarata de oro fundido, mirar sus ojos azules era como mirar el agua en un arrecife de coral, su cuerpo era como la mejor guitarra que pudiese fabricar la mano del hombre. Toqué el claxon; ella se acercó con una graciosa carrera y una sonrisa en su rostro. Abrió la puerta del coche y se metió dentro. –Hola cariño –dijo, mientras me daba un beso en la mejilla. Entonces escuché su voz, no sé si los cantos de las sirenas sonaban a si, pero no me extraña que los marinos que viajaban con Ulises se tapasen los oídos con cera. Era la voz más aguda y más desagradable que había escuchado en mi vida. Era una de esas voces que es capaz de perforarte el tímpano. Y ¿Qué es eso de “cariño”? Si solo nos habíamos visto una vez y en una discoteca. Sonreí, y miré sus ojos, eso compensaba lo desagradable de su voz.  – ¿Dónde vamos? –pregunté.  –Sorpréndeme-, contestó, pero yo solo oí el chillido que da una rata al pisarla. Llegamos a un restaurante y pedí mesa para dos; el camarero me miro con cara de: “¿Qué hace un tipo como este con una mujer así?” Nos sentaron en la mesa más pegada que había a la puerta del servicio de caballeros, perdí la cuenta de las cremalleras que vi subir aquella noche. Pedimos la cena y una Botella de vino que costaba la mitad de mi sueldo. Pero una noche es una noche y estar con una chica así (cuando esta callada) no se hace todos los días. Comenzamos a hablar de cosas vánales, intentando ser yo quien más hablase para no tener que volver a escuchar su voz. El camarero llegó con nuestra comida, tropezó un metro antes de llegar a la mesa, y la sopa que habíamos pedido terminó duchándome por completo. Ella soltó una carcajada que hizo a todos los clientes del restaurante girar sus cabezas hacia nuestra posición. Era una risa nasal, entrecortada; indescriptible.  Cuando terminó de reírse me miró fijamente y estuvo así varios segundos. Los dos mirándonos; callados. – ¿No te hace sentir incomodo estos silencios en los que no se sabe que decir? –comentó con una sonrisa. Noté la sopa caliente sobre mi pecho, noté una rabia incontenida que me subía desde el estomago hasta la frente.  –No, no me siento incomodo con estos silencios, pero si me siento incomodo intentando hacerte sentir bien contándote historias que la mayoría son mentiras para que te creas que soy mejor de lo que en realidad soy. Me siento incomodo intentando hacer que todo lo que me cuentas me interesa, cuando en realidad no me importa un carajo. Me siento incomodo escuchando tu estridente risa que me  hace sentir vergüenza ajena. Y sobre todo me siento incomodo al escuchar tu maldita voz que me taladra el cerebro con cada palabra que pronuncias. Al verla levantarse con el consiguiente enfado, miré su escote y me arrepentí de todas las palabras que salieron de mi boca; una a una; y con el balanceo de aquellos pechos que se alegaban de mí, deseaba más y más haberme mordido la lengua.
Ahora estoy en casa después de venir en taxi, pues la grúa se llevó mi coche, creo que me he constipado y pensando en ese cuerpo que dejé escapar, pero yo soy así, no sé estar callado ni cuando me interesa.