¡Menuda suerte!
Nat, metió la barriga, se ajustó la chillona corbata de factura barata y se encajó la chaqueta de cuadros, que le compró su mujer, en las rebajas.
El mensaje corporal de Amber era evidente y decidió abordarla fuera y obtener algo más íntimo que un par de copas. En el aparcamiento, se escuchaba el rumor de la música del interior del bar y los chasquidos del cutre letrero, balanceándose por las rachas de viento. Se atusó el cabello y prestó atención, un leve susurro le llegó con toda claridad, ¿quizás unos tacones al cruzar la grava?…
El silencio le sobrevino de golpe, después sintió un vahído y un intenso escozor en el cuello, sus ojos intentaban ver , mientras su mente intentaba comprender, que era esa masa oscura y viscosa, extendiéndose por fuera de su camisa, antes de caer de bruces en la empapada gravilla.
.- ¡ Que asco ! – masculló Amber -. Levantando su delicado pié, se había manchado la suela y el extremo del tacón, con un chorrito de la sangre arterial de Nat.