Revista Literatura

Mercedes (Parte 2)

Publicado el 31 diciembre 2009 por Rodrigoyanez
Entonces me sentí cómodo, y sin titubear mostré signos de simpleza y me senté frente a ella. Ella respondió con otra sonrisa. Por debajo de la mesa, pude notar que cruzaba sus piernas por el pequeño roce de sus zapatos con tacones altos en mis antiguos pantalones de tela. Y el sólo hecho de imaginar esos muslos cruzados, me impulsó a callar y tragar saliva.
Mi historia era bien simple. Hombre que conoce a mujer, mujer que le seduce, hombre que asiente y la lujuria lo lleva al abismo, siempre con un intermedio antes de llegar a la cama. Solamente había una Mercedes para mi en mi vida, y resultó ser una mala relación, todo terminó mal. Gracias a ella perdí el trabajo, a mi hijo, la casa, y ahora no soy más que un triste vagabundo que bebe por las noches en los bares hasta que estos los cierran. Un hombre así, que de alguna manera comparte una mesa, miradas y sonrisas en un bar juvenil. con una mujer elegantemente atractiva. Un hombre así, que de alguna manera seguía recordando aquél momento de felicidad casi como si por el destino hubiera llegado. Si me lo hubieran preguntado por aquellos años, hubiese respondido que efectivamente fue el destino. Si me lo hubieran preguntado frente a la dama que tenía ahora frente a mis ojos, asumía que el destino es una vil perra.
La Mercedes que tenía ahora frente a mis ojos, se puso de pie y se sacó el largo abrigo que traía, y lo acomodó en su otra silla. Pude notar que la falda que traía puesta, era más larga de lo que hubiese pensado y querido, pero aún así se le dibujaban sus inquietantes curvas. Cuando se sentó, entreví su blusa desabotonada, pero no al punto de darle cabida profunda a mi fantasía. La miré, y cuando lo notó, me devolvió su mirada profunda, casi pude sentir que sus ojos tenían filo de transparencias, cada hombre podía sacar muchas conclusiones de ellos, y las propias mías, eran que le gustaba que la contemplara. Mordió sus labios casi tan escondidos, que de haber mirado hacia cualquier otro lado un segundo, no lo notaba.
- Usted bebe, se sienta a mi lado, tiene el infortunio de culparme a mi de que mi cita se haya marchado, y yo aún sin conocer su nombre. - Dijo ella, casi en tono de estar jugando con la situación. - ¿Cómo se llama? Hable.
- Juan el destripador. ¿Le parece bien? - Contesté.
Asintió con la mirada. Ahora dijo, decidida, y casi seria.
- Pues bien, señor Juan el destripador, usted me va a contar de qué se trata su historia, pero quiero oírla del principio. Según su aspecto, algo me dice tiene buenas historias para contar, y yo, según mi trabajo, tengo harta paciencia para oír.
Respiré profundo, y comencé a relatar lo mío.
Fin parte dos

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