Cae la noche, y si no hemos hablado,
mi rostro se apaga
envuelto en un manto de tristeza.
Llega el alba y si no te he encontrado
en una palabra, en una sola,
un mar cubre mi cara.
Y me pregunto por qué siento todo esto
aquí y ahora
y me muero por comer merengue
y chocolate.
No debo pensar que un día es muy poco,
cuando un día son miles de segundos incandescentes.
Qué preguntarte, si estuvieras aquí,
pues ahora que lo pienso,
tú no eres pregunta,
sino respuesta.
Me desvelo y no sé por qué.
O tal vez sí.
Quizás porque los días se hacen
demasiado largos sin tenerte. Demasiado.
Huele el aire ya a primavera
y pronto el camino se llenará de flores.
Eres mi senda, mi verdor,
los pájaros que vuelan en mi cabeza,
el aleteo de mariposas de mil colores,
y puedo imaginar los almendros en flor
en la vereda.
Me pregunto dónde estabas,
dónde.
Y sonrío al descubrir que siempre estuviste,
siempre.
Hubo sombras, lo sabes, te lo conté
y las hay todavía, claros y sombras de mi pasado.
Nada temas, me dijiste
y nada temo pues confío en ti
y cada vez que estás conmigo, sonrío.
Y aunque sea con un buenos días,
te siento cerca aunque estés lejos.
Tengo historias inacabadas,
tengo fantasmas y recuerdos dolorosos,
y tengo alguna que otra lágrima aun dentro,
heridas del corazón, tú me conoces,
pues me dañan las saetas, las palabras,
los desprecios, los no saber cómo ni por qué,
pero cuando estoy contigo nada importa
pues ahora tú eres mi despertar y mi camino.
Y sólo este poema no ha terminado
ya que los demás se ahogaron ya en mi memoria.
Al que quiera pensar otra cosa
le digo que no hay más preguntas,
más desvelos, más calor, más entrega,
más nada.
Lo pienso, lo quiero, lo digo:
Merengue y chocolate, solo contigo.
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