Llegamos tarde a la clase de hoy porque justo antes de salir a ella le da un ataque de alergia descomunal. Veinte o veinticinco estornudos prácticamente sin descanso. Intento hacer valer ese hecho junto al de que Ibrahimovic juega al fútbol a esa misma hora para saltarnos la clase con Isabel y Gregorio pero no cuela. Esta vez me toca sentarme al lado de la pareja de informáticos. Son simpáticos pero el chico suelta cada parida difícil de masticar. Echando un vistazo rápido veo que el comercial hoy no viene de traje, ha tenido más tiempo y viene en bermudas -horrible prenda- y en chanclas. Su retrepada posición en la silla sigue llamándome la atención. Está claro que es un tipo sin escrúpulos. Le suda la polla esto tanto o más que a mí, pero sus respuestas son las más religiosamente correctas de cuantos estamos allí. El tío va de cristiano ejemplar y lo sabe hacer, al contrario que el informático, que probablemente lo sea más pero que es un pésimo comunicador. No logro visualizar sus uñas desde mi posición pero apostaría a que están en mejor estado que las del pepero sevillano, cosa que tampoco sería muy difícil. Su novia, la monja árabe, viene con un vestido sensual que en cualquier otro cuerpo podría causarme algún revuelo. En ella nada. La luna y el sol me quedan en frente, justo al lado de la rubita parlanchina y su novio el regordete campechano. Comienza la rueda de preguntas sobre el cuestinario repartido. El tema de hoy son las propiedades del matrimonio: unidad, indisolubilidad, fecundidad, fidelidad, etc. ¿Qué es la fidelidad? El grupo, poco a poco, empieza a perder el miedo al enfrentamiento y surgen las primeras voces discordantes. Al informático se le ocurre decir que lo mejor para reflotar un matrimonio en crisis es tener un hijo. Le caen hostias por todos los lados, incluidas las de su pareja. El grupo empieza a parecerse a un animal potencialmente violento pero aletargado que en un momento dado podría explotar y sonrío por un momento imaginando a la rubita parlanchina enganchada a los pelos de la gordita novia del pepero sevillano. Por mi posición en la rueda soy el segundo en contestar, justo después del pepero sevillano que aprovecha cada intervención para demostrar su salero soltando alguna gracieta que él cree ingeniosa para terminar diciendo ¿no? buscando siempre la aprobación del gran Gregorio. Me cae fatal. Además he notado que el tipo muestra su simpatía y su mejor cara de capullo con especial esmero cuando mi pareja interviene, notándose a la lengua su esfuerzo diferencial por agradarla, el hijoputa. En mi turno respondo con una retahíla de palabras vinculadas semánticamente como lealtad, compromiso, verdad, sinceridad… nombro todas las posibilidades que se me ocurren para joder un poco y hacer más difícil no repetirse a mis siguientes compañeros que sólo aciertan a decir que están de acuerdo con lo que yo he dicho. Me parto la polla. Al regordete campechano, novio de la rubita parlanchina, este juego le sobrepasa ya que su capacidad de expresión es casi nula y sus intervenciones se basan en decir que está de acuerdo con pareja o con cualquier otro. Su novia, a la que yo creía pescadera o responsable de algún puesto de mercado, es abogada y para demostrarnos sus amplios conocimientos de Derecho nos da una clase magistral diferenciándonos con su desparpajo y morros rojos los terminos separación, divorcio y nulidad. Con la intención de animar un poco el cotarro pregunto de manera inocente que por qué la nulidad sólo se la conceden a los ricos pero el abuelo Gregorio, siempre atento a mi, sale al paso con un sermón que te cagas en el que termina diciendo que a la Preysler se lo dieron una vez pero que la segunda vez que lo pidió se lo denegaron. Ya estaría bueno. Hay momentos en los cuales saltaría por la ventana. La miro a ella, que no para de sonarse la nariz. ¿Estás bien, cariño? Si quieres, nos vamos, ¿eh? que a mi me da lo mismo. Nos esperan el sofá, el antihistamínico e Ibrahimovic. Pero no, sigue sin colar. Acabamos rezando un Padrenuestro todos de pie por orden del abuelo Gregorio. Tengo la sensación de que todos se lo saben menos yo así que agacho la cabeza para que no me vean ni siquiera mover los labios. Ella lo sabe y me mira de reojo. Se está riendo. Eso es que está mejor.