Revista Talentos

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Publicado el 17 abril 2012 por Frankh @frankh_art
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Cuando ella le dijo que no lo quería, M. caminó hasta el avión, encendió el motor y voló hacia el horizonte. L lo vió alejarse desde el jardín de la casa de sus padres mientras el viento del Pacífico le enredaba el cabello, y le agitaba el vestido de seda china. Después, entró a la casa y subió a su cuarto a ponerse un jersey pues el viento le había erizado la piel con una sensación que ella confundió con el frío.

M voló atravesando nubes y estas lo dejaron pasar con silenciosa comprensión. Oscurecía cuando vió la isla verde allá lejos en el noroeste del océano.  Giró y se dipuso a aterrizar mientras una geometría de estrellas le hacía de techo en el cielo.

Dejó el bimotor en la arena y caminó bajo la llovizna nocturna. El aire era dulce.

Vivió en la isla por veinte años, conoció a una mujer con mirada de océano y la amó en todo posible rincón de la isla en que cupieran dos cuerpos adutos. Ella siempre lo recibió con gracia y le enseñó a amar lo simple. Una vez ella le dijo, "todo lo que realmente importa en la vida, cabe en una mochila".

Sus hijos jugaron en las colinas, bebieron leche al pie de cabras y burras y jugaron bajo la sombra del avión abandonado en la playa.

Un día decidió limpiar el bimotor - sacó el óxido y repintó partes, aceitó el motor y verificó los relojes.

Su mujer lo supo desde el primer momento en que lo vió yendo y viniendo de la playa bajo una luna siempre amarilla. Regaló las macetas con flores y preparó las mochilas.

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