Revista Literatura
Metamorfosis
Publicado el 02 abril 2011 por Evagp1972Casi puedo sentir cómo se distiende la musculatura de mis hombros cuando cruzo la puerta que da entrada a La Pelu, en el barrio gótico de Barcelona, en cuyo interior se mezclan lo alternativo y la calidez de lo tradicional. Me gustan las mezclas, y ésta en especial es de lo más agradable. Espejos a la derecha, con marcos de madera en los que se sostienen precariamente algunas fotos antiguas; clientas de lo más variopinto en cómodas butacas frente a los espejos y, tras ellas, hermosas peluqueras que transforman, hábiles, lo anodino en diferente.
Sé que en La Pelu encontraré lo que necesito: tiempo. Tiempo dedicado a mí en exclusiva, a este cuerpo cansado por el trabajo y por una lumbalgia - ¿me estaré haciendo mayor?- que en los últimos días clamaba a gritos por un poco de atención.
Mientras espero mi turno, rodeada de revistas de moda escritas en elegante italiano, me entretengo contemplando los peinados de las jóvenes Aracnes de lo capilar en cuyas manos dejaré reposar en breve mi cansada testa: una de ellas es (o va de) rubia, pelo corto y un piercing de color negro en la nariz; otra lleva los cabellos, de un rojo eléctrico, recogidos graciosamente... Me llama la atención otra, robusta, de larga y abundante melena negra, que tiene adornado el cuerpo - brazos, piernas, centro del pecho- con bellos tatuajes en rojo y verde que se vislumbran a través de los rotos y descosidos de su atuendo negro. Si fuera directora de cine, la contrataría para aparecer como camarera en la segunda parte de Isi-Disi, o en cualquier bar de motoristas en alguna de aquellas largas, larguísimas carreteras estadounidenses. Se mueve con el aplomo y la seguridad de una valkiria. Ya veis, en La Pelu valdría la pena pagar hasta por el tiempo de espera.
La música es otro de los alicientes: desde lo más actual a lo más antiguo (ejemplo de esto último: "La isla bonita" de una jovencísima Madonna, que cantábamos en bachillerato con mi íntima amiga de entonces... ¿Qué habrá sido de ti, Guadalupe?).
M., la encargada de mí esta tarde, viene a rescatarme con suavidad del pasado; es mi turno. Me sugiere para esta vez algo diferente. Quiere jugar con mi nuca. Suena de fondo Avril Lavigne - What the hell!- y le doy permiso para hacer con mi nuca lo que quiera, cansada ya de la media melena que me hace parecer una niña buena. Que no digo que no pueda serlo, pero señor@s, las 24 horas... decididamente, no.
Bajo la cabeza y siento la máquina de afeitar deslizándose des de la base del cuello hacia arriba ... Un momento de duda: ¿TAN arriba? Confía en M., me digo; no te ha fallado jamás -. La voz grave de Alaska desciende desde las alturas para corroborar lo acertado de mi confianza con un rotundo Ab-so-lu-ta-men-te...
La diosa Olvido, pues, ha hablado, y en su nombre veo llover, sacrificados, largos mechones de cabello. Recuerdo los tiempos en que fui profesora en un colegio algo particular - quizá otro día hablaré de ello - y terminaba las clases de literatura de 4º de ESO explicando a mis alumnas (un beso, chicas) un mito griego, generalmente de los que implicaban transformaciones: Apolo y Dafne, Leandro y Hero, por no hablar del metamórfico Zeus, que para seducir a hermosas mortales se volvía vaca, cisne y lluvia de oro...aun a riesgo de despertar la terrible ira de su divina esposa.
Qué delicioso es olvidarse de sí. Inclinar suavemente la cabeza, de lado, hacia abajo, hacia arriba y hacia el lado de nuevo, al compás de los hábiles dedos de M., capaz de cortar el cabello con la misma concentrada meticulosidad con la que un citujano extirparía un apéndice. Obedecer, cerrar los ojos, concentrarse en la música de fondo y respirar...
Llega el momento del espejo y el descubrimiento. Cambio de perfil. Soy otra.