Cada escritor tiene sus métodos para inspirarse. No se trata de musas, sino del ejercicio mental que impulse el nacimiento de ideas. El mío era muy sencillo. Tomaba frases escuchadas al pasar en la calle. Un extracto de una charla, un grito desde alguna ventana, las palabras de alguien hablando por teléfono... Desde allí partía o hacia esas palabras debía llegar. Lo cierto es que me acostumbré tanto a esta forma de parir argumentos para mis cuentos, que olvidé otras formas de escribir un buen cuento.Pero llegó la pandemia, el miedo a contagiarse, el encierro. No salgo a la calle, mis vecinos están lejos, y el del correo.cada vez que viene solo me pregunta el DNI.Por eso es que he dejado de escribir, no puedo hilvanar ni dos palabras seguidas. He probado decir frases en voz alta, pretendiendo que fueran palabras escuchar al azar, pero no ha funcionando. Me he descubierto diciendo cosas sin sentido, gritando barbaridades por la ventana, e incluso, susurrando oraciones inconclusas que me motivara a completarlas. Pero he desistido, en parte por lo inútil de la idea, en parte por vergüenza. Ahora en mi casa el silencio es ensordecedor y la página, blanca inmaculada.