(foto EL PAÍS)
EL PRÓXIMO JUEVES está previsto que se ponga a la venta el último libro sobre el exitoso escritor sueco. (Mi amigo Stieg Larsson, de Kurdo Baksi. Editorial Destino. 17,50€). Lleva la firma de su amigo durante 12 años y colega en la revista Expo. Baksi es un conocido periodista y editor, nacido en el Kurdistán turco hace 44 años y que con poco más de 20 fundó en Suecia una publicación en defensa de la amplia comunidad inmigrante.
Dicen algunos de los que han tenido ocasión de ver el texto (Juan Diego Quesada en El País, o Lorenzo Silva en El Mundo) que el libro revela "los claroscuros de la personalidad de Larsson". No entraré, porque ni he leído el libro ni me corresponde, en consideraciones sobre la conveniencia o el oportunismo de ahondar en la personalidad del autor de Millennium. Mi reflexión de hoy tiene que ver más con la idea de desligar la vida del autor de su obra. Y lo digo porque me importa más bien poco la vida de Larsson, más allá de sus datos biográficos fundamentales y de la curiosidad que me suscita su trayectoria periodística. Admito que también he seguido con algún interés las broncas con su familia y de ésta con su compañera Eva Gabrielsson. Con todo y con eso, repito, lo esencial es la enormidad de su obra.
A estas alturas, por tanto, lo que de verdad me interesa es que el escritor sueco nos atrapó con su trilogía, y que su obra es infinitamente más grande que su vida. Ya sé que tiene algunos detractores, y que la literatura, como negocio que es, tampoco es ajena al marketing y al efecto de la publicidad. 21 millones de libros vendidos en todo el mundo, 3,5 millones en España, dan buena idea de la magnitud del fenómeno Larsson. El propio Baksi admite, de forma muy gráfica, que hoy el gran símbolo de Suecia es Larsson, por encima de Abba o de Ikea. Por algo será.