Pablo siempre ha sido mi mejor amigo. Desde que los dos teníamos 5 años, hemos ido juntos a todos los sitios: devacaciones, de excursión, con los amigos... Donde iba el uno, iba el otro. Recuerdo que cuando no sabía el nombre de algún río o la conjugación de algún verbo, él siempre sabía darme la respuesta correcta. Pablo siempre me acompañaba al colegio, veíamos juntos la tele, hablábamos, nos reíamos imitando a animales y escupíamos a los coches que pasaban por debajo del puente. Hacíamos de todo.
Recuerdo que al principio mi madre no estaba muy de acuerdo con el asunto. Que Pablo “podía ir a todos los sitios que quisiera conmigo” decía, pero que a la hora de cenar “teníamos que dejarlo y centrarnos los dos en la comida”. Mi madre siempre venía con la misma cantinela: “Como no comáis os vais a quedar en los huesos y os perseguirán los perros”. Entonces yo siempre me echaba a reír, porque era ridículo que mi madre le hablara también a Pablo.
El caso es que ahora Pablo tiene 13 años, y cada día que pasa siento que algo ha cambiado, que está raro. Me dice que no puedo ir con sus amigos, que ya no quiere estar más conmigo. Ni siquiera se dirige a mí cuando estamos solos en casa. Por momentos… siento como si no fuera el mismo. No sé cómo explicarlo. Como si fuera borroso, transparente. Como si me difuminara o desapareciera. Como si fuera... imaginario.