Pues cuando una siente que puede, llegan las oportunidades para concretar el poder en acción.
Pero a mí no me gusta la acción tipo moverme. Yo hablaba de sentarme aquí a teclear, escribiendo artículos, corrigiendo tesis y por fin por fin por fin retomando mis proyectos de escritura. Pero la vida es como es y ahora tengo una niña resfriada y ratones.
Con la niña me llevo muy bien. Se pone irritable, pero es la hija de mi corazón hasta en sus peores momentos, así que: vale. Además, últimamente tengo ayuda con ella, así que no me agobio. Los ratones son un asco. Yo: una lela para las cuestiones domésticas.
Al menos es hermosa esta ilustración de Milo Winter,
de la fábula del ratón de campo y de ciudad (en Wikimedia).
Esta casa tiene su historia con el tema. Aquí vivió mi mamá y en esa temporada hubo una crisis con ratones de campo que exterminó el papá de mi hija. Recuerdo un ratón agonizante que me pudo mucho; el veneno los inmovilizaba y les daba una muerte cruel, pero yo era -soy- incapaz de hacer el trabajo sucio que en esos casos es cuestión de humanidad. Ahora es peor porque ya no estamos en un fraccionamiento nuevo rodeado de terrenos baldíos, así que no tenemos despistados ratones de campo, sino cochinos puercos ratones de ciudad que han de tener su roedortopía en la casa de al lado, que está abandonada.
Aquí también, según la versión oficial, una plaga de roedores atacó nuestros libros, guardados mientras conseguíamos llevarlos a Querétaro. Los perdimos todos; lo más valioso que tuvimos.
Ahora intento devolver a la cocina su dignidad antes de la cena de nochebuena. Según el voluntario encargado del exterminio, no hay de qué preocuparse porque han muerto ya o están muriendo; pero para mí entre una opción y otra hay un abismo de diferencia. De cualquier manera, habrá que limpiar todo, desinfectar, tirar lo que pueda ser desechado en el área invadida. No era para lo que quería sentirme capaz; pero bueno, mejor capaz que incapaz.
Silvia Parque