La primavera altera el ánimo, el palpitar del corazón, la naturaleza misma del ser humano. Se acelera todo, todo sufre una metamorfosis singular, nada vuelve a ser como era, por muchas primaveras que se sucedan. En mi primavera pasada nada había y la primavera que está por llegar viene llena de esperanza.
Sucede que, el ser humano, ese animal de costumbres fijas y tan poco amigo de cambios en sus rutinas, suele encontrar la primavera, salvo raras excepciones, como una estación de tránsito entre el invierno y el verano, más bien molesta. A algunos les afecta por la alergia y a la mayor parte por la astenia, por lo que desean que pase pronto, como un mal resfriado. Nada suelen apreciar de los maravillosos y armónicos cambios que esta produce en nuestro entorno. Hoy me enseñaba mi marido nuestro pequeño ciruelo, plantado hace ya tres estaciones, cuando apenas alcanzaba un metro de altura. Ahora llega a los dos y medio, su tronco aún es débil pero acaba de dar los primeros brotes primaverales y, por primera vez, sus primeras flores blancas y rosáceas. Me han parecido preciosas y todo un placer para la vista. La mía se ha alegrado al contemplar ese brote inmenso de vida nueva, pese a que soy una de esas personas a las que la primavera altera de un modo cruel. Padezco de alergia y mis ojos claros son muy delicados. Lloro contemplando esas flores diminutas y cargadas de esperanza, esa que nunca debe perderse. También he visto los primeros frutos de nuestro madroño: pequeños, verdirrojos, hermosos, vivos.
Estas últimas semanas he llorado mucho y no por la alergia primaveral que ya anda haciendo de las suyas. La causa que me ha hecho llorar tanto no ha sido el pólen sino por temas del corazón. Ahora que he hecho un descubrimiento importante, no puedo decir que haya tomado la decisión de no llorar más por tristeza, pues afirmar que se pueden controlar los sentimientos, rayaría en la vanidad e incluso en la prepotencia. No soy ni prepotente ni vanidosa. Fui vanidosa hace tiempo, lo reconozco aunque me pese hacerlo, y por vanidad me equivoqué mil veces. Ahora procuro guiarme por el sentido común, aquel que una vez tuve y que ahora estoy esforzándome en recuperar. Simplemente, ese descubrimiento me ha hecho comprender que la gente vuelve si lo desea, y que por muchos esfuerzos que uno haga para que regresen, si no lo ven claro, no lo harán. Yo he hecho en estos días grandes esfuerzos para dar claridad a esas dudas, pero no está en mi mano que la "llama" prenda el corazón que yo desearía ver arder. Es su corazón, no el mío. Sobre corazones, ciertamente, entiendo bien poco.
Las estaciones, como este caso, la maravillosa primavera que está haciendo su puesta en escena y que pronto llegará en toda su plenitud, son lo único que regresa a nuestras vidas con una fecha concreta de aterrizaje. Sobre mi propio regreso, sí puedo hacer algo para que se produzca lo antes posible. Esto lo he dicho unas cuantas veces en los últimos años pero esta vez he dado los primeros pasos reales para que se produzca. Hace meses encontré un modo de reencontrarme, pero no supe verlo y volví a mis miedos. Un par de días atrás me decía una amiga que me culpo de muchas cosas y que, al sentirme culpable, disculpo cualquier comportamiento en los demás, inclusos aquellos en que me dañan, infligiendo un castigo por los errores que cometo sin proporción alguna. Ella también estaba dolida al verme llorar tanto, pues consideraba que aquellas actuaciones exageradas que me hacían tanto daño, eran propias de niños y no de adultos, pues afectaban no solo a mi persona, sino a mi propia familia entristecida al verme tan rota y sin saber qué hacer para aliviar mi pena. Me decía que el amor y la amistad deben ir siempre unidos a la libertad individual y que, precisamente aquellos que más libertad han tenido en el manejo de su vida, deberían ser los que más disculparan el uso de esa libertad en los demás. Mi amiga está muy enfadada por verme así y es en estos momentos, la única persona que está poniendo toda "la carne en el asador" para verme de nuevo sonreír.
Todo este tema del corazón y los sentimientos es arduo complicado pues no somos robots programados para ser racionales y no sentir nada, SOMOS PERSONAS y como tales, al tomar decisiones, cometemos errores. Es curioso que yo sea una persona que entiende en todos esa libertad y disculpa mil cosas y que en mi caminar haya encontrado gente que no ha tomado bien la mía. Espero que esto cambie, pues me daría un respiro para poder llevar a cabo mi nuevo plan: conocerme y aceptarme. Y al hacerlo, conseguir que los demás me conozcan y acepten tal y como soy.
Recapacitando sobre los cambios, sobre esta primavera que inunda mi jardín, sobre la responsabilidad de los propios actos o simplemente la aceptación de uno mismo, de los demás y la libertad de equivocarse y aún así, seguir con la cabeza bien alta, vuelvo a mirar mi cerezo y mi madroño con sus primeros frutos diminutos. Contemplar la nueva vida me hace sonreír. Mi amiga tiene razón: partiendo del crecimiento personal, del descubrimiento de todo lo maravilloso que está dentro de nosotros, podemos ejercer el poder inmenso de aceptarnos y aceptar a los demás, primer paso del cambio de actitud ante la vida. Cuando eso suceda, todo volverá a su cauce, y quien tenga que regresar, regresará y quien deba partir para siempre, lo hará. Sin lágrimas y sin rencor. Quedará el recuerdo de las primaveras vividas, de las habitaciones con sábanas blancas, de las conversaciones banales y a la vez divertidas y maravillosas, de las vivencias compartidas. Y esos recuerdos, y no otros, permanecerán en mi memoria para siempre. Esos y no los más dolorosos. Esos que ahora escuecen desaparecerán, como efímeras pompas de jabón.
Ahora desearía que alguien me regalara una azalea para ponerla en la mesa de mi oficina. ¡Y comerme una tarta aunque luego tenga que hacer dieta durante una semana entera! Escribir poemas, volver a contemplar las flores de mi ciruelo, soñar con que en un par de meses, se convertirán en ciruelas, descubriendo si son verdes, amarillas o rojas. Y tararear la música de la radio mientras me doy un relajante y largo baño de espuma con velas. Que con la espuma se vaya la tristeza y aparezca una enorme sonrisa.
Feliz primavera.