Beatriz Benéitez Burgada. SantanderAunque nos parezca que siempre somos los adultos quienes tenemos razón, los niños nos dan lecciones a veces. Porque su aplastante lógica no está intoxicada, y su forma de ver el mundo es muy sencilla. El otro día llevé a las peques a ver al Cartero Real. Las dos se sentaron en sus rodillas y escucharon sus preguntas. Una decidió desconectar casi en el primer momento, y se dedicó a observarle; su gorro, su ropa, su capa... La otra respondía al principio a las preguntas, si te portas bien en casa, si eres buena en el cole, si juegas con los niños en el parque... Pero, cuando el cartero le preguntó qué habían pedido a Sus majestades, decidió que el cuestionario había tocado a su fin. Le miró muy seria, levantó el dedo índice de la mano derecha y le dijo: ¨Mira, les dices a los Reyes que mi granja es con con tractor¨. Y punto. El cartero se quedó soprendido, pero yo lo encontré totalmente lógico. Si los Reyes lo ven todo, ya sabrán que me porto bien. Y por supuesto que saben lo que quiero, para eso he enviado la carta. Pero se me olvidó lo del tractor así que, si me haces el favor, se lo dices. En la catequesis de parroquia de Potes hace poco hablaban de las ovejas que salen del redil y les contaban a los niños que las descarriadas pueden ser mal ejemplo para el resto del rebaño. Uno de los niños levantó la mano y dijo: ¨si lo que quieren es que no se escapen lo que tienen que hacer es dejar cerrada la portilla¨. Toda la razón. En eso consiste la libertad, en que las puertas estén abiertas de par en par para que, si estás dentro sea por vuluntad propia. Otro niño en el mismo lugar hizo, como sus compañeros, un dibujo del Nacimiento. Cuando lo había terminado cogió una pintura negra y rayó todo el papel. Cuando le preguntaron por qué lo había estropeado, él respondió: ¨¿pero no era de noche?¨. Pues claro. Una de las veces que más me riñeron de pequeña fue por pintar en la pared en casa de la los Ochoa. A Paula y a mí nos castigaron una semana entera sin bajar a la calle. Llevábamos media mañana pidiendo un papel a la abuela. La mujer, súper atareada en una casa en la que vivían su hija, su yerno y siete nietos, ni siquiera nos escuchaba. Hartas de que no nos hicieran caso, cogimos las pinturas de cera y nos pusimos manos a la obra. Elegimos la pared del pasillo porque era la que menos cuadros tenía. La pobre abuela casi hiperventilaba cuando vio lo que habíamos hecho. Nos cayó la bronca del siglo. Pero no tenían ninguna razón. Y además, el dibujo nos había quedado precioso. El otro día me llamó mi hermana para decirme que su hijo de año y medio había pintado de color granate la pared del salón. ¨Pobre, no tendría papel¨, la dije.