Anteayer mi Hadita lo volvió a hacer.
Serían alrededor de las 23 horas de la noche cuando aparecieron volando por casa dos murciélagos. Anunciadores de lluvias y tormentas -siempre que vienen al poco diluvia, como ha sido y será-, revoloteaban de aquí para allá, entre el salón comedor, las escaleras y la salita de la televisión.
De pronto, Hada dio caza a uno de ellos, como ya había hecho hace meses. Intentamos rescatarlo de sus felinas fauces, pero ya era demasiado tarde. El pobre bicho debió morir estrangulado por la presión de sus mandíbulas, puesto que no había ni herida alguna ni la más mínima gota de sangre.
Lo fotografiamos y, finalmente, lo enterramos frente a casa, cerca de donde hace semanas dimos sepultura al primero de los suyos que dio muerte Hada.
Luego, me dio por buscar a su compañero y casi al instante lo vi encaramado a una de nuestras ventanas. Agarré un vaso de tubo, un papel de cocina y, colocando el vaso sobre él mientras el papel hacía las veces de tapadera, lo atrapé sin ninguna resistencia por su parte. A continuación lo metimos en uno de los transportines de nuestras tortugas y también lo inmortalizamos con la cámara de mi móvil.
Incluso llegamos a acariciarle el lomo. Respondía a nuestro contacto levantando la nariz y olfateando a diestro y siniestro.
Sin duda alguna esta Hada nuestra no se lleva demasiado bien con los murciélagos canarios.
¡Con lo tranquilita que parece cuando ronca en su "okupada" caja de granadas!