Un cuaderno. Esta libreta, la número x de mi vida, que compré en una insulsa librería de un centro comercial igualmente insulso (ir a una librería y salir con un volumen de páginas en blanco es una metáfora y además una forma de dolor y aburrimiento), de sorprendentemente buen papel, sólo quizá demasiado gruesa para apoyar la mano que escribe. En estas páginas, hago la bitácora del paso del tiempo, con el propósito de que sea una herramienta para vivir lo mejor posible, para llegar a otro día, a otro año, con algo de sanidad y placer. Antes pensaba que luchaba, en los cuadernos que han antecedido a éste y yacen por las esquinas o las estanterías de mi casa, contra la sociedad que me ha tocado, contra la ciudad, contra la insoportable sucesión de colegios en las que me gané la vida hasta conseguir un trabajo renovable anualmente (pero que puede ser revocado cualquier fin de semestre) en la universidad. (Y me sentía avergonzado por esta lucha, como si hubiese algo inconfesablemente sucio y defectuoso en ella.) Sin embargo, ahora sé que luchar y escribir es lo mismo, haya o no haya algo contra lo cual hacerlo. No aguardo nada importante, ni tregua ni triunfos. Este es mi lugar en el mundo, eso es todo.
(Lalo, Eduardo, "Simone", Buenos Aires, Corregidor, 2012, p 20)