Revista Diario

Mi memoria frágil

Publicado el 20 diciembre 2015 por Pirfa @paloma_pirfa
Los años de institutos fueron los mejores de mi vida. Siempre he dicho eso antes de que nacieran mis hijas. Eran tiempos de incertidumbres, de crecimiento y descubrimiento constante. Tiempos de grandes experiencias dramáticas que acaban con la carcajada de tus amigos. Todo era efímero y eso era maravilloso.
En aquellos años, yo no lo sabía, pero estaba abonando un terreno en el que luego algo crecería. También até fuerte los lazos que me unirían, para siempre, a algunos de mis amigos de ahora. Empezaba mi incipiente y desnortada conciencia política. Participé activamente en todas las pequeñas batallas que libramos para que nos dotaran adecuadamente el aula de informática, por ejemplo (había dos ordenadores para 25 estudiantes) o para que arreglaran la calefacción en las aulas (el invierno corteganés raramente se elevaba de los 5 grados en las primeras horas de clase diarias). Y lo hacíamos sin saber, todavía, que era mucho más que ordenadores o estufas lo que pedíamos; porque luchábamos por una Educación Pública y de calidad.
Fueron años en los que despertaron mis ganas de saber más, de leer más. Recuerdo que escribía relatos y poemas. Nos animaba a hacerlo un profesor con el que pasábamos una hora de recreo semanal. En lugar de ir a la cafetería o pasear por los pasillos, nos encerrábamos a hablar de literatura en un aula enana. Y allí nos abríamos, yo lo hacía, con la sinceridad y la falta de pudor de los que sólo son capaces los adolescentes.
Años de constante convivencia en un instituto comarcal en el que celebrábamos bailes, conciertos y escapadas campestres con profesores con puentes constantemente tendidos, en los que era fácil confiar, con los que era atractivo aprender y a los que siempre respeté, al menos yo. De ellos, de mis compañeros, de las aulas, del patio, del laboratorio, de las escaleras, de la cafetería, de los pasillos y hasta de la conserjería guardo un recuerdo, a brochazos gruesos, que el tiempo se ha encargado de edulcorar, claro. Un pequeño refugio de mi mente, confortable, familiar y divertido.
Pero no recordaba nada específico. Los recuerdos de aquellos años de adolescencia, salvo algunos hitos, eran muy borrosos, como amontonados. Hace apenas unos minutos, el que era mi profesor de Matemáticas me ha mandado varios vídeos que grabaron mis profesores de entonces como el de Dibujo. Y casi me pongo a llorar del pellizco de nostalgia, de verme a mi misma con los ojos del otro, en un momento de mi vida que guardo con tanto cariño justo ahora que de todo empieza a cumplirse 20 años.

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