Quisiera hacer de mi vida una obra de arte. Una sucesión de decisiones imperfectas fruto de la lucha entre mi cabeza y mi corazón. No importa lo tosca que parezca a la vista. Lo importante es que la he modelado yo.
Una obra imperfecta no exenta de dolor, seducción y manierismo. Una escultura que ha convertido la materia inerte en una obra que refleja sentimientos, contradicciones, amores y desamores, guerras y silencios...y entre los poros del mármol, la esencia de tu nombre.
Como cualquier obra, gusta y no gusta, levanta pasiones y críticas, me encumbra o me deja caer tras ser pisoteado. Pero soy arte. El arte de vivir, el arte de decidir, el arte de elegir a quién amor y cómo amarlo.
Soy seda. Tan volátil como férreo, tan contradictorio que, en sí, es belleza. Y quizá no sea un cuerpo bonito, ni una cara angelical. Ni siquiera alguien mundano. Pero mi obra está en el interior. Es bella por los materiales que me han formado y por los distintos artistas que me han ido modelando poco a poco, con o sin mi consentimiento pero que, en último momento, he sido yo quien he querido ser arte. Arte de contemplar, arte de disfrutar, arte de conocer.
Un arte que no tiene precio porque ni se vende ni se compra. Se contempla.