Revista Literatura

Mi padre dormía mucho

Publicado el 24 agosto 2012 por Salvador Gonzalez Lopez

Mi padre dormía mucho, pero no siempre había sido así. Me acuerdo que, cuando tenía yo seis o siete años, lo único que hacía era trabajar. Por las mañanas iba a una fundición. Volvía a casa y comía. Después, sin hacer ni una siesta, se iba a trabajar a otra fundición. Volvía tarde, ya de noche. En el fregadero se quitaba una capa oscura que le cubría, cenábamos y después se iba a dormir. Explico esto para demostrar que dormía lo normal, mas bien poco.

Mas adelante dejó de trabajar por las tardes en la segunda fundición. Pero entonces dedicó sus horas libres a cultivar un huerto que compró en Santa Coloma de Gramanet. Tampoco le quedaba mucho tiempo para dormir pues para ir tenía que coger el 45 y después andar mas de media hora desde la plaza del ayuntamiento al huerto.

Realmente empezó a dormir mucho a partir de los años setenta. Él, tenía ya unos sesenta años. Cuando llegaba del trabajo comía y se iba a hacer la siesta. La siesta duraba hasta las siete de la tarde. Se levantaba, jugaba unas partidas de tute con mi madre, cenaba y se volvía a acostar. Al poco se jubiló, en una de esas prejubilaciones tan habituales en empresas del INI en aquella época. A pesar de estar jubilado seguía levantándose muy pronto. Se tomaba un café solo, miraba un rato por la ventana, mientras se fumaba un cigarrillo y se volvía a acostar hasta casi la hora de comer. Mis recuerdos de esa época son de mi padre siempre con su pijama a rayas azules.

Mi madre decía que se había vuelto un aburrido, que sólo dormía, comía y se iba al bar La Habana en verano. Cierto es que su singular régimen de vida cambiaba en el verano. En esa época la siesta era algo mas corta (duraba hasta las seis, mas o menos). Se lavaba, se ponía su camisa blanca, su traje, y se iba a sentar en la terraza del Habana. Mi madre se le unía al poco rato. Yo mismo, cuando aparecía por allí, también me sentaba con ellos. Mi madre se iba un poco antes que él, para hacer la cena y cuando empezaba a anochecer lo hacia también mi padre.

Cuando mi madre le decía que se había vuelto un aburrido, él siempre le contestaba con un “déjame tranquilo”. Mi padre fumaba mucho y por eso yo pensaba que sus ganas de dormir era una consecuencia del tabaco. Ya se sabe: más humo, menos capacidad pulmonar, menos oxígeno al cerebro, más necesidad de descansar. La verdad es que siguió fumando mucho y durmiendo, mas aún, hasta que falleció. El tabaco y la cama fueron sus últimos grandes compañeros.

Ahora tengo la edad de mi padre y también duermo mucho. Tanto, o mas que él y yo no fumo. Fumé hace tiempo, cuando era un chaval, tres o cuatro cigarrillos al día, mas para hacerme el hombre, que por otra cosa. Lo de dormir mucho no es un tema genético, como pensará alguien, pues ya me he preocupado de preguntarle al médico y a mis hermanos. Ellos me han dicho que, ahora de mayores, duermen menos que nunca. Solo cinco o seis horas al día, como mucho.

Por fin he entendido que no era por el tabaco por lo que mi padre dormía tanto. No, no era por eso. Nunca dejó de fumar nunca.

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