Mi padre, la belleza y la perfecta sencillez

Publicado el 05 noviembre 2012 por Stelmarch @Stelmarch

Mi padre, que padece un deterioro cognitivo, pasa los fines de semana conmigo. Son los momentos de la semana en los que apenas puedo recuperar su personalidad de antaño y recordar mi infancia y todo lo que él me enseñó. Algo como una simple mirada al cielo límpido de la mañana mientras andamos por la calle, puede ser un detonante para su vuelta: ¡mira que cielo tan bonito!, me dice, está todo azul, coronando los edificios, sin rastro de nubes, y entonces recuerdo a mi padre en otro tiempo, en aquel en que nos iba descubriendo el mundo, las cosas sencillas de la naturaleza, esas en las que nadie se fija excepto él, como el ir y venir de las hormigas a su hormiguero, la perfecta y brillante tela de una araña entre los arbustos, el vuelo raso de las libélulas o el sonido del agua borboteando en el río cuando íbamos por los montes  con un gallato y una cantimplora al hombro,  y por un momento volví a esa infancia ya tan lejana. Mi padre,  joyero de profesión, fue creador de belleza desde la rotundidad del metal y las piedras sin pulir, dio vida y sacó la esencia de la más pura naturaleza con sus manos y siempre admiró una obra que había sido creada perfectamente imperfecta: la naturaleza.

La naturaleza es sencilla como mi padre, y la  sencillez es tan hermosa como aparentemente liviana, las cosas sencillas están por todas partes y conservan la belleza de lo primigenio, de lo genuino. La paradoja es que la sencillez  esconde una terrible complejidad porque esa es su esencia, también la de mi padre, pero no todos lo saben ver. La sencillez es perfecta, rotunda, genuina y hermosa, por eso es tan difícil de recrear y muy pocos consiguen sacarle su esencia. Mi padre sí sabe y supo trasmitirlo a sus hijas.

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