Siempre me ha gustado el cine. Cuando era pequeña, mis padres tenían la costumbre de alquilar una película todos los sábados por la noche. Hacían palomitas y nos permitían a mi hermano y a mi verla con ellos con la condición de que nos acostáramos en cuanto terminara. Solían ser comedias románticas americanas y recuerdo que después de verlas mi iba a dormir imaginando como sería eso de enamorarse.
Más tarde, cuando entré en la adolescencia, quedaba con mis amigos y hacíamos sesiones dobles de películas de terror. Cenábamos pizza, nos peleábamos por los cojines que nos servían para taparnos la cara en las escenas más espeluznantes y después nos acompañábamos a casa los unos a los otros gritando asustados cada vez que el sonido de una rama mecida por el viento era convertido por nuestra imaginación en las pisadas de un asesino en serie o en el susurro de un espíritu maligno devorador de almas.
Luego, cuando conocí a Sergio, empecé a conocer y a valorar también un cine de mas calidad. Él organizaba un cineclub junto con otros profesores de mi instituto. Se llamaba Cine-Club Akaba, por la película Lawrence de Arabia , cuyas escenas del asalto a Akaba se rodaron en mi pueblo. Aún se conservan varias piezas del atrezzo decorando un hotelito con mucho encanto situado cerca de mi casa, que es frecuentado por muchos extranjeros. Era algo muy modesto, se celebraba en el salón de plenos del ayuntamiento los jueves por la tarde y solo acudían tres o cuatros intelectuales locales, los profesores, algún que otro alumno pelota y yo. Al principio solo iba para verle a él. Me sentaba detrás y le observaba contemplar absorto la pantalla, cambiar de postura de vez en cuando, y hacerle comentarios al oído a su compañero y amigo José Luis. Yo estaba deseando que la película acabara y diera comienzo el debate, en el que él solía ser el centro atención. Gesticulaba, alzaba la voz, reía. Era pura pasión, puro fuego. Yo nunca intervenía, callaba y me derretía por dentro de amor y admiración.
Después, cuando pasamos a mantener una relación más intima, siguió enseñándome a apreciar el séptimo arte y organizábamos nuestro propio cineclub privado en la intimidad de su dormitorio entre acto y acto de amor.
Ahora, convertida ya en toda una veinteañera, devoro película tras película en la pantalla de mi ordenador, rodeada de los carteles cinematográficos que decoran las paredes de mi habitación, entre los que se encuentra uno muy especial, un poco estropeado por los años, de la época del Cine-Club Akaba, en el que reza lo siguiente: “Cine-Club Akaba presenta jueves 4 de mayo a las 19:30 LOLITA de Stanley Kubrick en el Salón del Ayuntamiento”