Mi reloj

Publicado el 22 abril 2013 por Tradux @TraduxNews


En 1932, Berthold Brecht escribió un maravilloso poema:
"De todos los objetos, los que más amoson los usados.Las vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,los cuchillos y tenedores cuyos mangos de maderahan sido cogidos por muchas manos. Éstas son las formasque me parecen más nobles.
Esas losas en torno a viejas casas,desgastadas de haber sido pisadas tantas veces,esas losas entre las que crece la hierba,me parecen objetos felices.
Impregnados del uso de muchos,a menudo transformados, han ido perfeccionando sus formas y se han hecho preciososporque han sido apreciados muchas veces.
Me gustan incluso los fragmentos de esculturascon los brazos cortados. Vivierontambién para mí. Cayeron porque fueron trasladadas;si las derribaron, fue porque no estaban muy altas.
Las construcciones casi en ruinasparecen todavía proyectos sin acabar,grandiosos; sus bellas medidaspueden ya imaginarse, pero aún necesitande nuestra comprensión. Y, además,ya sirvieron, ya fueron superadas incluso. Todas estas cosas me Hacen feliz."

Pocas cosas son más útiles que un poema. Tergiversa inteligente la realidad, dotándola así de sentido, escudriñando entre sus rincones aromas que creíamos olvidados.
Todo poema tiene un algo de recuerdo, un mucho de des-velo. Como leí hace poco, en versos de Igarzábal (gracias, Claudio):
"Empezá fijándoteen las cosas chiquitasque hay a tu alrededor,los detalles son deliciosos,no te olvides:
que el bosqueno te tape el árbol."
Vivimos en una realidad de hormigón armado. A menudo percibo frío en cosas y seres, como si nosotros mismos, nuestra vida y nuestra aldea, fuésemos producto no de los arrebatos del alma, sino de una inmensa cadena de montaje. Siempre previsible, aséptica y segura. Albergados en hormigón, prisioneros del mismo, no nos llegan aromas ni sonidos. Y todo transcurre bajo la dictadura de la caducidad. Nunca fuimos tan jóvenes y, por consiguiente, tan inseguros. Tenemos la edad que marca la matrícula de nuestro vehículo, y todos los años sale un teléfono móvil nuevo, más grande y capaz.
Sin embargo, y al arrullo del poema...
Me gustan las cosas usadas, como a Brecht. Me hacen sentir como soy: imperfecto, diferente e imprevisible. La artesanía es una forma de sentir palpitar la vida a un ritmo más calmo, menos exacto. Ni siquiera yo soy inmortal, ni seré joven siempre, aunque lo olvide a menudo. Espero ser capaz de entenderlo antes de que sea demasiado tarde; antes de que la vida se me escape de entre las manos.
Los gitanos, decía Lorca, escriben su historia sobre las arenas de la playa. La marea las borra, es cierto; pero ello les obliga a escribir todos los días en un devenir deambulante. En eso consiste vivir: todo amanecer es distinto.
Las cosas usadas se saben, ellas mismas, únicas e insustituibles. Están empapadas de huellas y usos, embebidas con años y acentos. Han visto muchas lluvias, siempre distintas, y ello les confiere un poso de sabiduría. Es algo difícil de explicar si no es con un poema. Pero lector: sabe que tengo razón. Usted también lo ha percibido alguna vez.
Tengo un reloj, ¿sabe? Tiene cincuenta años. Es en apariencia muy sencillo; apenas sirve para dar la hora. El mecanismo que se agita en su interior, sin embargo, es una máquina suiza de una complejidad fascinante. No funciona con pila alguna; sólo debo darle cuerda antes de dormir. Los engranajes, eslabones, joyas y espirales ocupan un mínimo espacio en su universo circular, sujeto a mi muñeca. Decenas de piezas diminutas ensambladas a base de imaginación e inventiva humana. Su sonido es rotundo; como el disparador de una vetusta máquina fotográfica.
Tengo un reloj, decía. Lo heredé de mi padre. No es tan exacto como un reloj de cuarzo. Además de tomarme la molestia de darle cuerda, una vez al mes reajusto los minutos. No me importa.
Se parece a mí. A decir verdad, yo tampoco soy demasiado exacto. Mis ritmos vitales dependen de factores externos e internos, como la primavera, el ánimo, la salud o el tiempo atmosférico. Como mi reloj, a menudo necesito de un empujón para seguir en marcha; un beso del hijo cuando me cree dormido, el agradecimiento de un lector o la mirada de un amigo. El olor de la piel de mi esposa. Soy una maquinaria maravillosa, la más compleja del universo; pero tampoco funciono a pilas.
Tengo un reloj suizo de los años sesenta, insisto en ello. Mi padre me lo dio años antes de dejarme; quiso que lo disfrutara. Lo he limpiado, y le he cambiado dos veces la correa; pero no necesita apenas mantenimiento. Es robusto y fiable. Y elegante.
Me dirán: ¡claro; afortunado tú, que has heredado un reloj antiguo, un Omega chapado en oro! ¡No todo el mundo tiene tal fortuna!
Contesto: tengo un reloj vintage a cuerda, cierto, pero dos hijos.
La semana pasada pasee por unos pasadizos de la Calle Carretas, en el centro de Madrid. Hay
varios establecimientos de relojería. En uno de ellos encontré un reloj suizo Certina chapado en oro, con un maravilloso mecanismo Certina Kurth Fébres, calibre 28-10, que me permite datar el reloj hacia 1955. Es por consiguiente muy antiguo; no tiene segundero. Pero su maquinaria de 17 rubíes es extremadamente resistente y fiable. Funciona a la perfección, y lo seguirá haciendo durante otros cincuenta años.
El estado de la esfera no era bueno, por lo que lo llevé a la Antigua Relojería de la cercana Calle de la Sal; un establecimiento que lleva abierto desde 1880 y por el que suelo pasarme a curiosear. Está situado en un lugar hecho de tiempo y piedra, junto a la Plaza Mayor. Acordé con el relojero que lo sometería a un tratamiento de limpieza con ácido y encerado. Con esta actuación y un cristal nuevo, el reloj estará como para estrenarlo. Falta mucho para tenerlo listo; me han dicho que pregunte por mi reloj dentro de un mes.
Les dije que, por supuesto, no tenía prisa.
Ahora la cuestión que se estarán preguntando: ¿cuánto cuesta un capricho de este tipo?
El Certina antiguo me costó 70€, y la reparación vendrá a costar unos 80€ en total, correa de piel incluida, posiblemente menos. Esto significa que, por menos de 150€, puede llevar en la muñeca un reloj de precisión suizo perfectamente restaurado, como nuevo. Los he visto en joyerías por 1.200€. Es una barbaridad. En Carretas vi Omegas o Longines ya restaurados por 200€. En internet se encuentran ofertas por menos de 100€
Cualquier reloj con movimiento de cuarzo japonés cuesta este dinero, sino más. Un Casio, Lotus, Festina, Fossil... con un diseño elegante y resistentes al agua rondan los 250€. Con un problema añadido: hace unos meses cambié el cristal de un reloj de diseño Breil en la casa oficial, y me cobraron 70€. ¿Saben cuánto cobran en la Antigua Relojería por cambiarle el cristal a mi Omega? 10€. Los relojes de cuarzo tienen otro inconveniente: pierden la estanqueidad con el primer cambio de pilas. y las averías no suelen tener arreglo.
Omega, Longines, Certina... son máquinas precisas y preciosas. Su tratamiento de chapado en oro es cuatro veces más grueso del que se acostumbra a hacer hoy en día; será difícil que la caja pierda brillo dentro de 100 años. Conviene limpiar y engrasar el mecanismo cada cierto tiempo; fundamentalmente si el reloj pierde precisión. Pero este servicio cuesta unos 40€.

Los hombres tenemos pocos elementos para distinguirnos. No es cuestión de snobismo, sino de "ideología estética". Tengo otros relojes para acudir a la piscina, y confieso un cierto "torpe aliño indumentario". Pero escribo (mala) poesía con una preciosa pluma, a la que debo cambiar el cartucho de tinta y limpiar la boquilla de vez en cuando; y mi reloj es de cuerda.
Mi madre se lo compró a mi padre en Suiza cuando empezaron a ser novios.
A mi hijo mayor le regalaré el Certina cuando sea un hombre y comprenda su significado. Seguramente ordene grabar en la tapa algo así como "papá y mamá".
Desde entonces, y con este sencillo gesto, el reloj no tendrá precio.

Y cuando mi hijo, dentro de muchos años, se encuentre en la duermevela de su anochecer, escuchará el sonido de la maquinaria suiza desde la mesita de noche. Y quizá piense en su padre.

O mejor aún, en su propio hijo.

Que heredará un reloj usado.
Antonio Carrillo.

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