Ayer me atacó un malestar monumental. Tenía un par de días resfriada, pero no era para mencionarlo; entonces, ayer por la mañana: lo sentí.- Se iba a poner feo.
Y se puso feo. Me tiré en la cama, y mi pequeña hija debió hacerse cargo de sí misma, jugar solita, servirse leche, usar los recursos personales que ha creado para brindarse contención y apoyar a mamá. EN MIS SUEÑOS.
Me tiré en la cama, y mi pequeña hija pidió atención, como siempre, que le negué, como a veces pasa en ratos breves con los que puede lidiar, pero esta vez durante un par de horas. Tiró su granola, pidió quinientas veces que limpiara su brazo limpio, protestó y se quejó, obteniendo gritos y gestos desagradables como respuesta. Terminó con un llanto desconsolado repleto de sollozos que por fin me espabilaron.
Debí pedir refuerzos.
Al final, yo que mido los minutos a los videos que ve cada día, terminé sentándonos frente a la computadora porque solo eso me sentía capaz de controlar. Vimos un par de programas de Nopo y Gonta. Ella nunca había visto un programa completo, excepto alguno de Elmo: casi siempre les corto una parte de caricatura y/o una parte de un mimo, así reduzco su extensión. Lo de ayer fue un caso de emergencia. Me habría conformado con que aceptara mi programación; pero le gustó y aprendió. Aprende rápido.
Perdona rápido.
Me aseguro de que entienda que yo me porté mal, que lo lamento, que me sentía mal, pero que eso no justifica que le grite y que la próxima vez lo haré diferente.
Me recuperé como para hacer jirafas de papel, bañarla, darle de cenar, etc. Por la noche me sentí mejor.
Silvia Parque