Parece mentira que hayan pasado casi tres meses desde que te fuiste. No consigo hacerme a la idea de no volverte a abrazar, de que no me volverás a reñir, de que no volveré a escuchar tu voz... La tristeza me vence. Nunca fui fuerte, y ahora lo soy aún menos. Tengo una depresión de caballos, y que la única persona que se ha dado cuenta sea una de las que hace menos que conozco, me hace darme cuenta de que paso desapercibida en este mundo. Nadie se daría cuenta de mi falta. No sé si lloro porque soy débil, porque estoy triste o por qué otra cosa, sólo sé que lloro y que no puedo hacer nada para evitarlo, tampoco lo intento, la verdad. A diario busco algún rincón tranquilo en el que hacerlo. Espero que esta tortura a la que algunos llaman vida termine pronto para mí. Todos me ven caer y nadie hace nada para impedirlo. Ahí se refleja todo lo que les importo. Bien poco.
Cada vez que encuentro un motivo para sonreír, dura extremadamente poco, y ni siquiera es una sonrisa auténtica por mucho que lo parezca. Me muestro fuerte y entera frente a los demás, todo fachada. Me pudro por dentro. Quizás irme lejos de aquí un tiempo sea la solución, pero quizás no. La ilusión por continuar se esfuma poco a poco. Ganas de salir corriendo quedan en su lugar. Por ahora, sólo una cosa me da ganas de seguir, aunque a veces me las quite sin darse cuenta.
Mi sonrisa se fue contigo, quizás tú fueras la razón por la que sonreía...