Recuerdo con bastante detalle el día en el que fui a presentarme en el hospital. Lo recuerdo porque no hace tanto, y también porque estaba lo suficientemente nerviosa y alerta como para prestar atención a cada pequeño detalle. Eso sí, he tardado unas semanas en aprenderme como se llama cada uno. Es que es mucha gente de golpe.
También recuerdo la entrevista con el que es nuestro tutor de residentes. La verdad es que es un hombre en principio muy serio, y al que veía muy por encima de mí en muchos aspectos. Y no es que no sea así, porque desde luego que sabe mucho más que yo de casi todo (por no decir que de todo). Me dio un montón de folios sobre normativa del hospital y alguna bibliografía imprescindible. Después de eso me preguntó si tenía alguna duda... ¿Alguna?
El caso es que esta mañana he estado con él en el quirófano, y he de decir que ha sido de las mejores mañanas que recuerdo desde que llegué al hospital. Porque he visto una cirugía preciosa, pero sobre todo porque he aprendido muchísimo. Él y uno de los que más saben del servicio, que al principio también me daba un poco de miedo, pero que sin saber porqué he llegado a cogerle el cariño que se tiene a alguien de la familia. Quizás porque me llama hija o niña, o porque me hace sentirme protegida, mientras me enseña con una paciencia infinita cosas que para mí son misterios, y que sin duda alguna él tiene completamente dominadas desde hace años.
He salido del hospital con una sonrisa radiante, que nadie que no se dedique a esto y lo haya vivido alguna vez entendería, y es que son esos pequeños momentos que hacen que te des cuenta de que estás en el sitio adecuado en el momento preciso.
Y mañana me toca ambulantes con mi tutor otra vez. Resulta difícil de creer si os digo que me siento afortunada por tener este trabajo en el que me pagan por hacer algo que me encanta y puedo llegar a casa con una sonrisa sincera. Alguna vez con alguna lágrima, pero eso es lo que pasa con las cosas a las que queremos...
Hoy ha sido un gran día.