Estaba yo esta tarde echando la vista atrás cuando recordé un episodio curioso de mi pasado: mi primera venganza. Es más, creo que ha sido la única venganza real que he llevado a cabo... dejadme que os ponga en antecedentes:
Cuando estaba aprendiendo a caminar, es decir, siendo yo un retaco, mi madre estaba estresaíta perdía porque su primogénita (y la que sería finalmente su única hija, quizá por lo que os voy a contar ahora) era un manojo de nervios y no quería pillarle el truco a lo de andar como todo el mundo, sino que se lanzaba al arte de correr sin temor y sin esperar a que mamá la ayudase y, claro está, se iba dando unos batacazos tremendos por las esquinas...
Tan preocupada estuvo mi madre por el hecho de que yo perdiese los dientes y la boca entera en un escalón de un tropiezo, que al final optó por solucionar el problema muy al Rizos' Style: me compró una correa de perro (ella dirá que no, que era especial para bebés) de esas con un arnés que se ata a la cintura. De esta forma podía pasearme sin temor a que me escogorciase y además me tenía más que controlada... pero echando mi reputación por los suelos sin misericordia. Para mí tuvo que ser una tortura, y por eso mientras me salían todos los dientes (perfectos y sin roturas, puesto que no me caí nunca más) fui fraguando mi venganza...
Una mañana en la que acompañaba a mi madre al súper descubrí a un pedigüeño sentado en la puerta, con la mano extendida y la cabeza gacha. Mi mirada se fue rápidamente al montón de monedas de veinte duros que descansaban bajo sus pies, y empecé ya a imaginarme cuántos helados podría comprarme con tanto dinero...
Mamá me regañó por mirarle fijamente, claro, y me dijo que me quedase un segundo en la entrada mientras ella iba a por el pan. Yo asentí dulcemente poniendo ojitos de Bambi, y en cuanto me quedé sola me acerqué al mendigo, me senté junto a él en el suelo (con mi vestido más bonito) adoptando exactamente la misma postura y saqué a relucir la mejor de mis expresiones de tristeza... ensayada durante meses cada vez que alguien comía chucherías. Alargué la mano y todo, que las grandes fortunas empiezan dando pasitos pequeños, y esperé.
Dos cachetes y una semana sin dibujitos animados. Eso fue todo lo que saqué de mi negocio, porque inexplicablemente la gente cuando pasaba por mi lado no me echaba monedas como a mi compañero de profesión, sino que sonreían y cuchicheaban...
Mi madre no sonrió cuando volvió, claro está xD
Aún así, mi venganza no estaría completa hasta unos meses después, que cumplí 5 primaveras y fui con mamá rizosa a apuntarme al colegio. Nada más llegar, una monja nos atendió amablemente y empezó a pedirle mis datos a mi madre, y entonces fue cuando aquí servidora vio un filón de oro en esto de avergonzar a sus mayores y, mirando fijamente al hábito de la monja, pregunté en voz alta y sin vergüenza ninguna:
-Oye, y tú... ¿dónde tienes las tetas?
Chúpate esa, mamá. Correas ni correas.