Mi vieja nos amó.

Publicado el 05 agosto 2010 por D4n13l
Mi vieja, con actitud anónima a ella, se fue de la casa dejando sus pertenencias que, según nosotros, eran las más importantes: nosotros. Fue a buscar el rumbo que le arrebatamos con nuestro nacimiento. Dando un paso más a la vida, mi vieja se fue a su destino perdido, a su reencuentro con la vida liberal en donde ella tenía futuro.
Yo la vi cuando tomó esa pequeña maletita y se largó. Yo era grande, pero mi hermano, no. Fue ese día cuando él como criatura inocente me preguntó con entusiasmo ¿A qué hora volverá, mamá?, y fue cuando supe que tenía sentimientos.
La vida de mi madre tomó su rumbo preferido. Sus labios que en años perteneció a mi padre ya eran de muchos más, de hombres que gozaban de ella. Me contaban, por ahí, que su vida había mejorado que su departamento era increíble y nada le faltaba, era feliz.
Nunca le comenté algo a mi hermanito menor. Cuando me preguntaba no sabía qué responderle sin herirlo, pero él iba creciendo sin su presencia, ni la de mi padre.
Un día llamó a la puerta una señora irreconocible, su cuerpo delgado y ojeras pronunciadas. Su voz baja no se escuchaba de lo mejor. Sus manos se estiraron con un papel envuelto de otro forrado. Y al leer y reconocer la letra, sentí un latido fuerte.
La carta de mi madre se mantuvo cerrada hasta su muerte. Murió de sida, su vida de prostituta no era del todo un encanto. Su vida tomo un rumbo distinto por nosotros, sus labios siempre perteneció a mi padre pero no había otra salida. Lo que me habían contado era cierto, su vida había mejora en forma económica, su departamento era grandioso, pero ella nunca vivió en él, no era feliz y siempre le faltó algo que dejó: nosotros.
Ahí, donde la muerte la llamó y la tragó, fue cuando solté la primera lágrima desde que era un bebé. Su carta era demasiado para mi orgullo. Nos dejó en esa casucha pobre un tiempo para darnos un departamento increíble. Ahora sí sentí que nos amaba.