Revista Literatura

Michael Sullivan

Publicado el 27 julio 2011 por Gasolinero

Hay actos que amenazan con convertirse en hábitos. Para bien o para mal.

Ayer pusieron por televisión «Camino a la perdición» de Sam Mendes. Me sobrecoge como éste niega a Sullivan cualquier posibilidad de salvación. Incluso cuando la higiénica lluvia ha cesado y las balas de la thompson han cauterizado profundas heridas del corazón. Entonces bajamos la guardia y creemos a pies juntillas que por fin va a encontrar la paz en la casa de la playa: necesitamos que así sea, estamos acostumbrados a que todo acabe bien. Ateamente le roban oportunidad de remisión a un asesino a sueldo a pesar de su inquebrantable lealtad y del alto precio pagado por ella. Le engañan a él, y a nosotros durante casi dos horas, como ocurre casi siempre en estos eternos malos tiempos. Engordar para morir.

Recibió una llamada telefónica una tarde de amigable café. Era su hermano: ven a Alcázar que padre se muere, está en coma por una insuficiencia respiratoria. No hay posibilidad, afirmaban los doctores con acompasados y kafkianos movimientos de cabeza, las siguientes veinticuatro horas y que los números de una máquina no bajen de un guarismo son cruciales. Las necesarias horas transcurrieron y las cifras no bajaron. Había esperanza. Uno de los galenos se comprometió a que pasarían todos la cercana navidad en una habitación de planta. Establecieron turnos y se acostumbraron rutinariamente a elloMichael Sullivans, al olor del hospital y al café de máquina, desentrañaron la muerte de sus cabezas mediante excéntricos clavos ardiendo y absurdos gorigoris. Continuaron fraternas conversaciones dejadas hace lustros. Programaron las navidades ya que cada día la evolución era más satisfactoria. Él se fue de comida con amigos y la guardia baja, tanto que no se acompañó del teléfono móvil al acostarse. Durmió como llevaba meses sin hacerlo despertando cerca del medio día con una extraña sensación de culpa y pánico. Corrió al teléfono lleno de avisos de llamadas perdidas. Padre ha muerto inexplicablemente cuando mejor se encontraba. Sensación de engaño, de esperanza rota. Enterraron a padre y las fraternas conversaciones se suspendieron sine die. Engordar para morir.

La película me recuerda la pintura de Edward Hopper. Gente que no se conoce, personajes viviendo provisionalmente en hoteles, sin acomodarse, sentados en el borde de la silla y sin apoyar la espalda en el respaldo; personas en un viaje permanente y en soledad a pesar de quienes les rodean. Escenas cargadas de melancolía, sin posibilidad de acostumbrarse, ni de encontrar la  paz de espíritu; no hay nada reconfortante. Ni esperanza de remisión.

www.youtube.com/watch?v=GxvlcKnmgh0


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