No pudo evitar mirar de reojo lapuerta del apartamentoLo había preparado tododespacito, con minuciosidad: la tarta sobre la mesa, la vela con mecha nueva yhasta una botella de cava de esas que anuncian celebración y fiesta.Volvió a mirar hacia la puertapero no ocurrió nada. Recibió en su cuerpo el gong de cada campanada del relojy se atusó el pelo en un gesto coqueto.Un minuto, dos, cinco a lo sumo.Entonces encendió la vela, descorchó la botella y esbozó una tímida sonrisa. Nohubo rumores de pisadas ni de llaves con terror anunciado mientras soplaba elaniversario de la soledad. Se sintió libre.
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