Revista Talentos

Microrrelatos Terror Halloween

Publicado el 04 noviembre 2014 por Ricardo Zamorano Valverde @Rizaval
Dos microrrelatos de Halloween, por lo tanto de terror. Con el primero gané el concurso realizado por AENoveles (http://www.aenoveles.es/); y el segundo es un relatillo infantil inspirado en una gran obra.
LA NOCHE PERFECTALa bolsa pesaba, pero al chico no le importaba. ¡Era Halloween!Y como cada año, la noche más divertida para él. Hacía frío, y él, con su máscara de rasgos retorcidos como disfraz, tiritaba bajo el abrigo rojo. Sin embargo, tiritaba por los nervios.   Sus ojos divisaron la Mansión, negra y terrorífica, aquella de la que se decía que vivía una bruja que, como no, se comía a los niños. Pero él solo había visto a una joven entrar y salir todos los días.   Llamó al timbre, y al rato se abrió la puerta. El rostro de una mujer mayor le sorprendió. Abrió la bolsa al tiempo que decía «Truco o Trato», y la volvió a cerrar cuando la bruja le dijo que había olvidado preparar los caramelos. Luego, la brujaposó una mano en su hombro y le obligó a entrar. «Hace mucho frío», le dijo. ¿Sería una bruja de verdad? 
     ¡Chorradas! Cuando se quedó solo, introdujo la mano en la bolsa y sacó el cuchillo. Era la hora de calmar sus prematuras ansias de matar. ¡Era Halloween! Y como cada año, la noche más divertida para él. La noche perfecta en la que cualquier cosa extraña podía pasar.
Microrrelatos Terror Halloween
LA BOLSA DE CARAMELOS  Era Halloween, y el frio se clavaba en la piel como agujas congeladas. El niño con el disfraz de Frankenstein llevaba la bolsa de caramelos vacía. El disfraz era tan bueno, creíble y terrorífico, que la gente que pasaba por su lado bajaba la mirada y se daba la vuelta. Y ni siquiera le abrían las puertas, así que estaba triste.    En cierto momento, se cruzó con un hombre que ni bajó la mirada ni se dio la vuelta; solo le señaló con un dedo arrugado y torcido y gritó: «¡ES UN MONSTRUO! ¡Vamos a por él, hay que echarle del pueblo!» El grito llamó la atención de las demás personas que, embravecidas por este, olvidaron su miedo al pequeño Frankestein y se unieron al hombre del dedo arrugado y torcido.   Todo el pueblo empezó a perseguirle, por lo que el niño echó a correr aterrorizado. Se metió en el granero de uno de los muchos granjeros del pueblo, y mientras trataba de respirar y decidir qué hacer a continuación, fuera, la gente, llena de un enfado fruto de un terror más intenso que el del propio niño, rodeaba el edificio para que no pudiese escapar, y gritaba una y otra vez: «¡SAL, MONSTRUO! ¡SAL, MONSTRUO! con palos, rastrillos y escobas en las manos.   Cuando el niño consiguió calmarse un poco, la mente se le aclaró, y se le ocurrió qué hacer. Se quitó la máscara de Frankenstein que le había hecho su abuela, y lleno de valor, salió del granero.   Los gritos se silenciaron, cayendo un repentino silencio en el oscuro pueblo. Expresiones de sorpresa se escucharon entre la gente, ahora arrepentida y sintiéndose ligeramente tonta por haber creído que aquel niño era un monstruo.   El hombre del dedo arrugado y torcido se dio la vuelta, quedando frente a la multitud, y empezó a decir algo que levantó asentimientos de cabeza entre la gente. Entonces se volvió de nuevo, alzó su dedo arrugado y torcido, e hizo un gesto al niño para que se acercara; por un momento el dedo pareció un gusano retorciéndose.    El niño, no muy convencido aún, se acercó lentamente, y cuando estuvo cerca del hombre, este posó una mano en su hombro y dijo con tono amable: «Por haberte asustado, chico, hemos decidió darte todos los caramelos del pueblo.»   Los labios del niño mostraron la sonrisa más grande que jamás se había visto, y la bolsa de caramelos, al fin, se llenó.

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