Revista Diario

Miedos

Publicado el 20 noviembre 2020 por Laika
MIEDOS

Me contaron un día los miedos de un señor muy serio que apenas sonreía.

Era un hombre cejijunto, de mirada inquisidora, con principio de alopecia andrógina y manchas en su cara.

De baja estatura, y piernas arqueadas; debido a un raquitismo en su infancia no diagnosticado. Caminaba despacio y con temor a caerse. 

Tenía ya una edad provecta y vivía solo.

Apenas se le veía relacionarse con nadie. Solía tomar el sol en un banco del parque, acompañado de su bastón y su sombrero.

Casi se podía adivinar su vulnerabilidad, expuesta sin ningún pudor, al observarle detenidamente. 


MIEDOS

Se le veía frágil, afligido, emocionalmente lastimado.

La idea de la muerte, la enfermedad y el sufrimiento, le habían llevado a aquel estado. 

A lo largo de su vida, había poseído todo lo mejor de lo mejor, según aquellos que miden la felicidad con unos parámetros muy simples: fama, riqueza, honores...

Pero llegó un día, que tuvo que enfrentarse como cualquier mortal al paso de los años.

Comenzó a sentir en su organismo el declive funcional de todos los tejidos y órganos del cuerpo de manera gradual. 

Sus células comenzaron a dejar de funcionar como lo hacían en sus primeros años de vida. Expuestas a más sobrecargas ( estrés) a factores tóxicos ( radicales libres) radiaciones...Se fueron acumulando daños imposibles de reparar y fallos en el organismo.

Además de la pérdida de la memoria, le asustaba la idea de la muerte.


MIEDOS

Concebía la muerte como un doloroso trance imposible de eludir.

Padecía claustrofobia desde siempre y le atemorizaba sobremanera la idea de que no pudiera respirar en sus últimos momentos. 

Algunas noches, cuando se acostaba y sentía  cerrarse sus párpados, le entraba una especie de angustia, porque le recordaba a la muerte.

Entonces, presa del pánico sacaba sus brazos fuera de las mantas como buscando la libertad. Se sentaba encima de la cama y respiraba con fuerza tomando aliento.

Sabía que la muerte no se iba a olvidar de él, pero lo que le atormentaba sin parar era la situación en que se daría su deceso. 

Ese paso hacía lo desconocido.

Ese no poder controlar la situación.

Esa angustia vital dentro.

Había dejado dicho a sus familiares, que icineraran su cuerpo. 

Una enorme angustia se apoderaba de él, cuando pensaba que le dieran por muerto y volviera a la vida dentro del féretro enterrado bajo tierra. 

La llamada tafofobia, miedo irracional y persistente a ser enterrado vivo, como consecuencia de haber sido diagnosticado muerto erróneamente, le tenían aterrorizado.

Había escuchado alguna de estas historias escabrosas y leyendas urbanas de ataúdes y muertos que le habían erizado la piel.

Incluso había leído con enorme interés la historia de terror magistralmente escrita por el maestro Edgar Allan Poe titulada:"El entierro prematuro". En esta obra, el personaje es una pobre víctima de sus febriles alucinaciones. La catalepsia, unida a sus fantasías, visiones y obsesiones con la muerte no le dejan vivir.

No le habían educado para sentir que la muerte forma parte de la vida. En nuestra cultura se tiende a ocultar desde niños esta verdad que nos atañe a cada uno.

Sentado al sol, con su sombrero y su bastón se le puede ver cada mañana ocultado sus miedos.


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