y pienso en otras nubes grises,
de hace años,
y en aquel viaje a la ciudad,
apresurado e impaciente,
para vernos.
Fue algo así como un huracán del alma
para abrazar la estampida de las olasy dejar a las palabras en silencio
mientras las pupilas iban descorriendo
y desnudando los vestidos de la piel,
y dando paso a ese otro lenguaje
del tacto y los sentidos.
Las olas cercaban los corazones
y empujaban el mar hasta la playay hasta los acantilados de la costa
y, todo, por culpa del temporal embriagador
de aquel encuentro.
En un rincón habíamos dejado abandonados,
y olvidados, los equipajescon los detalles y regalos
haciendo que los labios se buscaran
y entregaran, sin descanso,
el sabor y el néctar de la vida.
Sin darnos cuenta entonces
entramos en una espiralde sentimientos y pasiones
que se coló, profundamente,
en nuestras almas
con aquella galerna y temporal
de olas y de sueños como si fuera
el colofón y la esperanza irreal
de dos suicidas.
Quizás debimos serenarnos,
tal vez pudimos tener el corajeque olvidamos al vernos,
pero no fue así,
y proseguimos en esa loca carrera
y en ese, entonces, interminable viaje
con los minutos y segundos hipotecados
en un reloj que corría en nuestra contra
y nos llevaba, sin remedio,
al momento aquel del adiós apresurado
y la despedida.
Entonces volaron las nubes
y corrieron los corazonesen una inmensa taquicardia,
y en un galope desenfrenado,
ya que el volcán del alma
precisaba dar vida a las sirenas
y a la sal, y a las anémonas
de nuestras venas,
en ese inmenso caudal
de sentimientos que afloraban
en las pupilas.
Pero como las nubes, también nosotros,
debíamos correr y volar,volver a nuestras vida,
buscar la libertad en la distancia
y encontrar el vacío de los dedos solitarios
y temblorosos,
en esas manos tibias y locas
que siempre recordarían aquel instante
y aquellos momentos en que nos conocimos.
Rafael Sánchez Ortega ©
13/11/17