Revista Literatura

Migas de pan

Publicado el 14 julio 2021 por Olgasierra @mimododever

#elveranodemivida


Agosto de 1980. Candela. Morena. Pecosa como una lluvia de estrellas. Algo mayor que yo. Era su primer verano ayudando en la tahona. Cuando me despachó aquel pan y los bollitos de anís, observé cómo se ahuecaba con picardía la blusa para dejarme contemplar sus pechos. Apenas tenía dientes y en el pueblo la consideraban tonta.

No sé si fueron sus pechos, o el olor a trigo, anís y leña que desprendía su pelo, o su sonrisa de labios finos que desaparecían al apretarlos o, tal vez, el rubor que brotaba insolente desde la raíz de su cabello, pero ese verano, en el que cumplía los doce, me enamoré como un salvaje. Solía esperarla a la salida, cuando el horno se había enfriado y la dueña echaba el cierre. Desde donde me encontrara agazapado, le lanzaba un silbido que ella sabía reconocer y, por separado, nos dirigíamos a pasear por la vereda del río. Allí, en soledad, sin testigos y lejos de murmullos, nos atrevíamos a cogernos de la mano como habíamos visto hacer a cualquier pareja de enamorados. Allí mismo, junto al río, absorbiendo el crepitar del viento y el monótono croar de las ranas, nos dimos nuestro primer beso y nuestros cuerpos aprendieron a conjugarse.

A menudo, le hablaba de mi ciudad, de mis amigos o del colegio y le leía cuentos. Historias que hablaban de hadas con poderes para convertir calabazas en carruajes; de gatos que corrían más que cualquier ferrocarril cuando se calzaban sus botas; de brujas malvadas y de casitas de chocolate; de niños diminutos como garbanzos y de princesas hermosas: sus favoritos. Al final, estos cuentos de princesas le producían tristeza y casi siempre terminaba llorando al sentirse fea y tan distinta a ellas. Era entonces cuando mis brazos la envolvían con amor mientras sembraba besos en su cara manchada de pecas y, para devolverle la sonrisa, con trozos de miga, le amasaba unos dientes de mentira que le devolvían la alegría al contemplar su nuevo rostro reflejado por las aguas. Al verla tan feliz, yo le gritaba con todas mis fuerzas que estaba enamorado de la chica más bonita del mundo.

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