Irte a vivir a otra parte, como casarte, tener un hijo o separarte, afectan a todos los que están a tu alrededor. Vos te vas, ellos se quedan. Vos llegás, ellos ya estaban.
A algunas personas los pone bien: gente con buena leche que pide permiso y se sube un poquito a tu ilusión de que cambiar es siempre para mejor y que animarse siempre hace bien. Antes de bajarse te dejan sus buenos deseos, sonrisas, y la calidez que da saber que aunque te vas, ese cariño seguirá ahí esperandote.
A otras personas las pone mal: te ponen en la valija su miedo, te cuentan lo que un día hubieran querido hacer y no se animaron, te siembran sus dudas, hacen un despliegue de frases hechas por señoras que nunca salieron de su casa. Te miran con desconfianza como si vos te llevaras algo que era de ellos. Y quieren despedirse porque no saben si te van a volver a ver, y van dándote el pésame por adelantado. Tus propios miedos y dudas se alimentan de todas estas cosas. En todos hay un poco de las dos cosas, habrá que elegir a quien queremos escuchar.