Hace unos días conversaba con un amigo mío, mientras comíamos. Al despedirnos, mi amigo afirmó con una cierta mezcla entre nostalgia y reproche “Miguel, lo que te pasa es que tú aún crees en las personas, ese es tu error, pues cada uno va a lo suyo y no piensa en los demás“. Aunque no secundo su opinión, eso me dió que pensar…
Es verdad. Aún creo en las personas, tenía razón mi amigo. Pero no estoy de acuerdo con su reproche acerca de ello, pues no podría vivir en un mundo hecho de personas, si no creyera en ellas. La vida para mí no tendría sentido. Eso significaría que -como muchos hacen- debería desconfiar siempre en sus buenas intenciones, en su capacidad de entenderme y de ayudarnos mutuamente, en caso de necesidad. Y eso para mí sería un infierno. No sería capaz de vivir así…
Pero ya sé que la vida es equilibrio! Y debería admitir que, con el tiempo, he aprendido -no sin sufrimiento- que no toda la gente que me rodea son personas… o actúan como tales! O al menos, no todas son personas con valores humanos, como yo intento cada día más serlo. Y humanas en este contexto quiere decir con capacidad de sentir, pensar y actuar humanamente, sin más. Las otras, las que prefieren no ser tan humanas y/o dejaron de serlo -de niños todos lo somos, aunque por formar- por miedo, son todas aquellas que solo velan por sus intereses materiales y sobreviven en un mundo que consideran amenazante y peligroso…
Seguirá…