Milagro de Navidad

Publicado el 18 diciembre 2013 por Jenn @JennCalvillo

¿Sabéis eso que cuenta la leyenda, que en Navidad, o cerca de ella, suceden milagros? Seguro que más de uno estaréis pensando que se me ha ido la cabeza definitivamente, y no quito que mi locura es palpable, aún así, no, no me estáis perdiendo, ni he llegado a un punto de no retorno. 
Tampoco esperéis una historia con ángeles, coros celestiales ni apariciones de la virgen, que una está mal, pero no para tanto. El milagro que os vengo a contar está más relacionado con las personas y lo que no esperas de ellas porque, admitámoslo, lo de los buenos samaritanos queda muy bien por escrito con letra elegante, pero lo que es la práctica, como que ¿para qué?
Es probable que alguien piense que mi historia es frívola para clasificarse como milagro de navidad, pero venga, ¿de qué otra forma podría clasificarla? Y sino, juzgad vosotros mismos...
El otro día quedé con una amiga, y fuimos a un centro comercial, cosa que no sería relevante de no ser porque fue allí donde sucedió el milagro. Todo ocurrió con normalidad -parking hasta los topes, existencias limitadas y clientes como si se hubiera declarado un apocalipsis zombi, nosotras no nos hubiéramos enterado, y lo único que matara a los Zetas fueran cajas de juguetes, lo normal para estas fechas vaya-, hasta que volvimos al coche, y fui a mirar el móvil para ver qué hora era. Ahí llega ese típico susto que nos damos cuando metemos la mano en el bolso y no encontramos lo que buscamos, con el plus de nervios que añade el no encontrar algo realmente importante, que como si nos estuviera rehuyendo, damos vueltas con la mano dentro del bolso -¿por qué me gustarán tan grandes?- rollo molinillo.
¡Vale! No lo encuentro, llámame a ver si es que estoy ciega y no lo veo -le dije a mi amiga-. Ella, que no había caído hasta que se lo dije, me llama, y el móvil le da señal, pero no lo oigo por ninguna parte, tampoco veo nada iluminarse, y ya el nivel de nervios es... bueno, imaginaros. Me bajo del coche, y miro arrodillada en el suelo del parking, al aire libre, con cientos de personas entrando y saliendo con sus respectivos vehículos, lo que viene siendo el lugar idóneo para perder algo...
Mi primera reacción, dado lo cuidadosa que soy con las cosas y que no acostumbro a perder nada más que los autobuses, es pensar que me lo han robado. Lo cierto es que no logro recordar si estaba en el bolso, o en el bolsillo del abrigo. En el primer caso, el bolso es grande, muy grande, pero siempre tengo el cierre frente a mí, y no es fácil de abrir sin que me de cuenta. En el segundo caso, el bolsillo del abrigo también es grande, más que grande, largo, lo que quiere decir que tengo que meter la mano hasta casi medio antebrazo para sacar el móvil, por lo que si alguien había metido la mano y no me había enterado, se merece un premio -bueno, el móvil ya era el premio-. Puesta ya hasta arriba de adrenalina, nervios y ¿coño, qué hago ahora?, nos acercamos a atención al cliente, quien nos derivó a seguridad, quien nos derivo a la mierda, porque como no le habían entregado nada, nos dijo que llamáramos otro día si eso, a ver si había aparecido (JA). Volvimos sobre nuestros pasos en la tienda, buscando en cada rincón, y como era predecible, no apareció.
Sin batería mi amiga, y sin móvil yo, nos fuimos a casa, con intención de comenzar todos los tramites (intentar encontrar el móvil con Find my mobile, bloqueo de línea, de terminal, denuncia a la policía, tirarme de los pelos...). A través de la web, que parece muy práctica menos cuando el terminal está apagado, y no me digáis por qué, era el caso (WTF?!), no saqué nada en claro. Llamé a Orange y a través de la endiablada maquinita conseguí bloquear la línea, pero no el terminal, así que tras mil opciones que me dio la voz pregrabada, encontré un teléfono para urgencias y lo conseguí.
Minutos después de colgar, mientras pensaba que ya sabía qué pedir a Papá Noël, y justo antes de presentar la denuncia online (da la posibilidad de hacer la denuncia por internet y presentarse posteriormente en la comisaría antes de 72 horas para firmarla, muy práctico la verdad, aunque es cuasi irónico que de problemas el certificado de seguridad), recibo dos mails, uno a mi cuenta personal, y otro a la cuenta del blog. Ambos mails era idénticos como podéis ver...

Mi corazón da un vuelco, y lo leo y releo para cerciorarme de lo que dice, y que no me pide un rescate, porque estoy como para rescatar algo. Mis nervios y yo llamamos a la chica y quedamos al día siguiente para que me lo pueda devolver. No recuerdo haber tenido un subidón de adrenalina tan notable como el que me dio al colgar, y obviamente tenía que compartir lo ocurrido, a mi hermana, a la amiga con la que había estado, a mi madre, a la gente que estaba con ella, lo habría contado hasta al vecino desagradable que nunca saluda (aunque por lo que parece, esos son los únicos de los que nos podemos fiar, ¿no? -guiño, guiño-).
Por la mañana fui al encuentro de la buena samaritana, y recuperé mi teléfono. Me contó que lo habían encontrado en el parking, apagado, y que su marido había pensado que era un retrovisor roto -y eso que es un S III, llega a ser un Note y piensa que es una tele...-. Lo milagroso, además de que volviera a mi mano, es que ningún coche le pasara por encima, y que sólo tenga un pequeño golpe en una esquina, de la caída contra el suelo supongo (se ve que se salió la funda de silicona, y por eso quedó expuesto el móvil), pero que con lo que podría haberle pasado, o imaginando tener que comprar un teléfono nuevo, me doy con un canto en los dientes, que no de canto, como mi móvil...
Ya en mi mano, desbloqueo la línea y el terminal (me dijeron máximo 72 horas, pero antes de 2 ya estaba operativo, aunque no estoy segura de que lo bloquearan realmente, no sé, no sé...), y me siento absurdamente actualizada. Es triste sentirse tan dependiente de un aparato tan pequeño para la importancia que le damos.
A mí me ha devuelto la fe en el ser humano, y no soy la única, ¿no creéis al menos que es un pequeño milagro de navidad?
Siempre he tenido el convencimiento de que si haces cosas buenas, te pasan cosas buenas, como un karma a corto plazo -pues la idea clásica del karma es más bien a largo plazo, una inversión de futuro a cobrar el vidas futuras-, y este pequeño milagro de navidad me ha dado la razón. Por eso, mi consejo es que si quieres que te pasen cosas buenas, hagas cosas buenas. Una sonrisa, un buenos días, un gracias no cuestan, y puede que el karma nos lo devuelva cuando menos lo esperemos. Así que... gracias por leerme, gracias.
Bonus track:
Anoche mi madre olvidó su móvil en un bar. Por la mañana consiguió hablar con el camarero, con el que quedó esta tarde para que se lo devolviera. El móvil estaba perfecto, por desgracia la historia no acaba tan bien como la mía, pues la tarjeta SIM y la de memoria no estaban (WHY?).
Hoy he echado una Primitiva, por si la suerte sigue sonriendo...
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