MiniCuento XXIX: Los restos de la abadía

Publicado el 12 octubre 2014 por Anilibro @anilibro

Hace mucho que no he puesto ningún MiniCuento en el blog. Como sabréis, al menos los que habéis pasado por aquí de vez en cuando, hace unos meses saqué un libro con todos los MiniCuentos que había hasta el momento (38) más unos cuantos más totalmente inéditos. El libro en cuestión (ya de paso aprovecho jejeje) se llama Pequeñas Esperas (50 MiniCuentos) y está disponible en Amazon por un precio irrisorio. Si lo queréis en formato físico también está disponible. Bueno, al caso, he vuelto a retomar el tema de los MiniCuentos y hoy os traigo uno que evoca la que debe ser la más famosa abadía de la literatura. Espero que os guste:

Hacía años que, la otrora imponente abadía, no era más que un montón de escombros, piedras y madera quemada. Ya no quedaba ningún vestigio de los monjes que habían vivido allí casi dos centurias. Las escasas pertenencias que tuviesen se las llevaron consigo, junto con las pocas herramientas que consiguieron salvar del incendio. Nadie se acuerda de que en su momento, aquel lugar era un templo del conocimiento. Un destino de peregrinaje de pensadores y religiosos. Miles de libros perdidos en una sola noche por el purificador fuego. O eso fue lo que contaron antes de abandonar el lugar los soldados y demás representantes del Santo Oficio.

Una vez abandonaron los monjes el recinto, los pocos lugareños que no los siguieron y que tiempo después aún vivían de la abadía se vieron obligados a buscar otro lugar. Aquel paraje era demasiado inhóspito y frío para cultivar cualquier cosa comestible, así que recogieron sus enseres y fueron a buscar otro lugar en el que sobrevivir. Solo permanecía allí un puñado de aquellas gentes, sobreviviendo gracias al pastoreo de cabras. Animales que recogieron aquella fatídica noche entre la confusión y que ocultaron al resto de sus vecinos. Ahora pastaban entre aquellas ruinas a las que pertenecieron sus antepasados observadas por su joven pastor. Un niño de apenas doce años.

Sentado sobre lo que en su momento debió de ser una columna del claustro, intenta imaginar cómo era aquel lugar. Su madre le contó que era un sitio enorme donde los monjes rezaban sin descanso a Dios, en una iglesia en la que cabían más personas de las que él había visto jamás. Había un muro tan alto como cuatro veces su cabaña, que rodeaba todas las casas interiores de la abadía. Dentro trabajaban orfebres, herreros y carpinteros. Tenían un huerto y muchos animales. Tantos, eso ya no sabía si creerlo, que incluso podrían comer hasta llenarse un año. Pero lo que más le atraía de aquel lugar era lo que su madre llamaba “la torre”. Un edificio tan alto que parecía tocar las nubes y en cuyo interior se encontraban tesoros prohibidos. Sin embargo, por más que buscaba entre las ruinas no encontraba ninguna joya ni moneda. Seguro que los monjes se las habían llevado todas consigo cuando abandonaron aquel lugar.

- ¡Adso, ven a ayudarme! – se oyó la voz de una mujer.

El niño vio a su madre haciéndole señas desde los restos del umbral de la iglesia. La mujer, que en su juventud debió de ser una muchacha bonita, llevaba en sus hombros un fajo de leña que la obligaba a avanzar encorvada. El chaval se apresuró a ayudarla con la carga.

- ¿Por qué has bajado a por más leña a la hondonada sin decírmelo? está demasiado lejos. – Ella no respondió. Cada vez que su madre iba a por madera sacaba el tema – Deberías dejarme derribar el poste que hay fuera. Tendríamos leña para varias semanas.

La mujer se giró hacia el lugar donde permanecía el gran poste clavado. Aún recordaba con escalofríos cuando estuvo atada a él hace una eternidad. Como evitó el mismo destino de los dos monjes que fueron quemados aquella noche.

- No. El poste se queda como está. – Era la única cosa física que le recordaba al padre de su hijo. Que los salvó a ambos aquella noche.

FIN

Por cierto, la foto la tomé durante un impresionante espectáculo de luces sobre la catedral de Toledo.

Nos leemos en el siguiente capítulo.

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