Aquella enorme soga que me ata a ti es la pesadumbre
que despilfarra dolor.
He aprendido a estar derrotado,
y me he alimentado de prórrogas.
Ni bajo las copas de los árboles de la estepa se puede estar más abandonado.
Ni en la tibia holgura del poniente se logra calentar la esperanza.
Yo sólo canto. Canto para escuchar mi voz,
mi voz abatida y solemne,
mi voz aplastada por tu disperso encanto
que llueve cada vez menos pero que anega el alma.
Canto o sueño.
Que la enorme soga que une a Izanagi e Izanami, se abandona como ellos,
desde el mediodía en la montaña,
donde el viento claudica ante el amor.
Que en aquél majestuoso santuario donde confluyen los siete cielos del orbe,
vemos el amanecer del verano más próximo a la felicidad.
¿Y qué nos hizo desistir?
¿Acaso la turbamulta de fantasmas que se acopló a la contramarcha?
Y vuelvo a soñar que construimos Amenomihashira,
tan amplia como exigió el destino,
para después rodearla alrededor del mundo,
sabiendo que al término de la infinita vuelta
regresaríamos a mirarnos. A ser Izanagi e Izanami.
Completamente uno.
Nos espera la mirada de Ebisu en el mar de la noche,
en el humilde Lago Negro,
o en el río sin cauce, que trae nada y truena silencio.
DE: BITÁCORA DE LA FELICIDAD Copyright © 2014 Rogger Alzamora Quijano