He vivido momentos en mi vida, en mi niñez, que aún a día de hoy, me duele recordarlos. Para ello tengo que hurgar en heridas, cicatrices, que aunque hayan pasado muchos años, duelen y me rasgan el alma de arriba a abajo.
¿Por qué os cuento esto?, pensaréis. ¿No te da vergüenza de hablarlo? Pues os digo que no, si con contarlo ayudo aunque sea a un niño, a salir de ese maltrato. Maltrato que les anula la sonrisa, que les da pánico, donde viven sumergidos en llantos, llantos sin consuelo, sin amparo, con pensamientos suicidas para lograr escapar de sus miedos y estar a salvo.
No me cansaré de preguntarme: ¿por qué no se actúa al respecto?, ¿por qué pasamos de largo? Ellos están indefensos!! ¿Por qué no les das consuelo, por qué no les tiendes tu mano?
Yo he sido esa niña, niña que gritaba y NADIE me “oía”. Qué lloraba amargamente al ver que nadie acudía y os digo que muchos lo sabían. ¿Cómo te puedes quedar inerte, cómo puedes pasar de largo, cómo volteas tu cara, cómo duermes sin pensarlo?
Te pido desde aquí que hagas algo, seas hombre o mujer, a mí muchos de ellos me fallaron. Sus oídos estaban tapados, no existíamos, no se veían nuestras caras de llanto, nuestras marcas pasaban desapercibidas, nuestros gritos no eran escuchados.
Si, os digo que si, que tuve pensamientos suicidas, al ver que no tenía a nadie, yo me encontraba perdida. Perdida entre lágrimas, entre pesadillas, sin consuelo, sin amparo…Me hicieron madurar muy rápido, de niña pasé a ser adulta, entre golpes y llantos.
Mi madre fue otra víctima, víctima de un maltrato imparable, pero no por eso, dejó de luchar y plantó cara al culpable.
Y yo me pregunto ahora, ¿y si no hubiese estado mi madre?
¡¡Gracias mamá, porque tu nunca nos fallaste!! 
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