Revista Pintura
Me he acordado estos días de un viejo cuadro, Escena de playa, de Winslow Homer. Escribí sobre él un ensayo que se publicó en la revista Nuestro Tiempo, nº 642, año 2007. Viejo, no porque sea antiquísimo (ca. 1869, anteayer), sino porque tuve una lámina bien impresa colgada de la pared de mi casa durante varios años. Viejo porque de tanto mirarlo ya se había subido al autobús de mi vida; parecía que me hubiera acompañado siempre. ¿A que sí, Homer?
Me descubrió muchas cosas sobre el mirar. El cuadro insiste en los reflejos: el mar asume la luz del cielo, la arena lavada recoge la escena infantil; la joven del lazo oscuro retiene en sus pupilas ese mundo en el que se siente ya algo extraña, a esos pasos de distancia: quizás ese pie levantado esté queriendo retroceder... Me acuerdo de La edad ingrata, de Henry James.
Los niños y niñas, insertos en las inmediateces de la naturaleza, en los brillos y conchas en la arena, en el flujo y reflujo de la marea. Y la adolescente, que debe ganarse a sí misma en la distancia, en la contemplación, para estar de otra manera en el mundo. En el hallazgo de su ser personal.
(Escena de playa, del pintor norteamericano Winslow Homer, se encuentra en la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. El cuadro es asombrosamente pequeño. Como casi todo lo grande).