Llevaba un par de días desaparecida pues estaba fingiendo ser “la nuera perfecta”. Ya saben, tenía que colocar todo mi desmadre en los tres cajones de casa y aparentar que el caos en el que vivo es sólo imaginario pues mis suegros venían de visita a Lionville.
Mi madre ha podido constatar en sus carnes cómo le hago para que en dos horas todo parezca limpio, brillante y con un toque minimalista. Aunque se pone nerviosísima sé que en el fondo está orgullosa porque ve “la mujercita que ella educó”.
Básicamente he de confesar el truco, éste consiste en meter todo en el cuarto de la plancha, desatornillar el picaporte y fingir que la puerta está caída para que nadie pase. Además de eso, coloco rápidamente la alfombra en el salón y meto debajo de ella las 124 piezas del puzzle sin armar y los legos que amablemente se encajan en el dedo pequeño de los pies. ¡Voilá!
Con esto y un bizcocho en el horno (el de Mercadona si se calienta suelta un olorcito idéntico a los que se hacen en casa), me suelto la melena, sonrío con mi mazorca y mis suegros me felicitan del orden que mantengo en casa.
¡Soy una falsa! Perfecta… pero falsa….¿pero quién lo va a saber?
Todo parecía que iba a salir redondo como donut, pero claro ¡siempre hace falta el agujero!
-¿Y si vamos al museo de Vela Zanetti? Sería genial dar un paseito y disfrutar del museo- decía emocionada mi suegra.
Cabe señalar que la última vez que visité un museo con Critter ella tenía un año, había comenzado a gatear, fue en Grecia y hacía tanto calor que mi hija decidió arrancarse el vestido y abrazar con todo su cuerpo serrano una columna dórica original haciéndola balancear de un lado al otro llevándose de souvenir los gritos de los guardias y de su padre. Yo simplemente silbé y mire al otro lado. Lección aprendida: ¡no más museos!
-Bueno quizás un paseíto por el Barrio Húmedo sería más bonito ¡hay que aprovechar el sol ya que en Lionville se ve poco!- respondía yo con las piernas temblando de sólo pensar cómo sería “disfrutar” de un museo con mi pequeña bestia.
Se podrán imaginar que donde manda capitán no manda marinero así que nos dirigimos al museo.
Llegué, como buena primeriza, pensando que quizás no sería del todo malo y podría sobornar a Critter para que se quedase quietecita en su silla a base de patatas, gominolas y chupa chups. ¡Mujer precavida vale por dos! Pero al llegar me invitaron a dejar la silla de paseo en la entrada y bajar a mi bestia para que subiera los tres pisos de escaleras. ¡El fin de mis días!
-¡Ven querida hija mía que te introduciré en el ámbito artístico!-y la desabroché de su silla. En mi imaginación esa pequeña niña tranquila comiéndose una piruleta pasaba de ser un transformer autobot en su vehículo a un decepticon temible.
Critter se levantó de su silla y salió corriendo. ¡Corriendo! Primera cosa que prohiben en los museos. La segunda cosa que deberían prohibir son los niños pues directamente quedan a la altura de la obra y como se imaginarán les gusta tocar.
Y en eso me sorprendí. Critter sin duda me enseña cosas a diario, pero por primera vez me mostró como mirar el arte con otros ojos.
Uno va a los museos creyendo saber de arte. Se lee la introducción, se posa frente al cuadro y después de una mirada contemplativa uno asiente y dice cosas como “a través de su pintura Vela Zanetti desdibuja la dignidad humana”…pero el arte es mucho más sencillo que eso. ¡Si no pregúntenle a Critter!
La obra de Vela Zanetti según Critter se resume en:
¡Mamá shhhhh siesta!
La visita fue PERFECTA. Básicamente porque el museo estaba vacío, Critter corrió y gritó a sus anchas y porque aprendí a mirar con otros ojos que el arte de la vida es DISFRUTAR EL MOMENTO.