Anoche tuve un sueño que ha desencadenado una cantidad de pensamientos que han terminado en lágrimas.
En mi juventud anduve con un chico, a pesar de que éramos muy jóvenes en mi ingenuidad yo me quería casar, le dije para casarnos pero él no me tomó en serio, como humo que se desvanece eso terminó. Continuamos siendo amigos, él salía con otras chicas y entre ellas una cumplía con sus estándares, ella estaba bien económicamente, no tenía los males económicos que me aquejaban a mí, no era pobre como yo. Se casaron, no me invitó a la boda, pensé que éramos buenos amigos, también pensé si en la mesa no había lugar para personas que no pudieran hacer un buen regalo.
Entraron algunas estacas a mi corazón, pero no quería guardar resentimientos, así que la amistad continuó por años, quería mantener también una amistad con su esposa, pero nunca me la quiso presentar, nunca entendí por qué.
Han pasado los años y últimamente ellos han tenido desafíos económicos, le he ofrecido dinero para ayudarlo y no lo acepta.
En el sueño en cuestión, yo presenciaba una escena en la que mi marido le daba una cantidad abundante de dinero y él aceptaba.
Pensar en el pasado y traerlo al presente, me hace ver en perspectiva como las fichas en un tablero pueden cambiar.
Éramos jóvenes, yo buscaba compromiso pero él no, yo no tenía los estándares para ser su esposa, me mantuve buscando por años lo que más tarde descubriría, él y nadie me podían dar. No importaba cuánto lo buscara, me entregara, lo tomara en serio, nadie quería comprometerse conmigo, fui humillada, rechazada, utilizada. En la humillación más profunda, clamé a Dios, en ese clamor expresé me quiero casar con alguien, no importa que no sea guapo, tampoco que tenga dinero, solo deseo que se quiera comprometer conmigo.
Unos meses después de ese gran clamor, conocí a quién hoy es mi marido, el único que me entregó un anillo de compromiso y me dijo ¿Quieres compartir la vida conmigo? La única propuesta de matrimonio que había tenido en toda mi vida.
Capas más profundas del compromiso me iban a ser mostradas. El compromiso y el amor son íntimos hermanos.
Quería compromiso pero era ciega al elegir a quién le daba mi promesa, la promesa devuelta no era humana y no podía ser humana, porque ella no podía responder a la mía.
Han pasado los años en mi matrimonio, descubrí que la promesa de mi marido no me saciaba. Menguaba por un amor que no encontré en ningún hombre, en hobby alguno, en ninguna experiencia de vida.
Dios entendió lo que yo buscaba, no lo entendía yo, me iba autodestruir buscándolo porque dónde lo buscaba nunca lo iba a encontrar y antes de la autodestrucción Él vino a mi encuentro y me dio esa promesa que responde perfecta a la mía y me dice que su agua calmará mi sed, su pan no me dejará tener hambre jamás. Él me prometió ese amor en el que nada me faltará, en el que reposaré, en el que seré guiada y no tendré miedo, en el que tendré bien todos los días de mi vida.
¿Qué hombre puede prometer algo así?
Ante esa promesa, mi promesa fue amarlo a Él con todo mi corazón y con todas mis fuerzas lo que me quede de vida.
En esta cadena de pensamientos tomo mi desayuno, Él se ha comprometido conmigo y ese amor conmueve tanto mi corazón que, me hace llorar.
iHasta la próxima!