Apabulla y conmueve ver los muros (si un tiempo fuertes ya desmoronados) de Facebook. Sobre todo esos gráficos con frases que intentan enmendarle la plana a todo el orbe. Generalmente sacadas de contexto. Algunas de personajes con los que uno no se iría ni a apañar cuartos. Últimamente aparecen muchos recuadros con oraciones de don Henry Ford, dueño que fue en vida de una fábrica de autos de Detroit, en la que implantó la producción en cadena que tanto bien ha hecho por la organización racional del trabajo. Este don Henry fue un reconocido simpatizante nazi, que aseguraba que “Los protocolos de los sabios de Sión” encajaban con lo que estaba pasando en los años veinte del siglo pasado y al que Hitler mienta en Meim Kampf. Se dijo de él que fue el mayor contribuidor norteamericano a la causa del nazismo.
Pues ahora sus frases aparecen en cuadros orlados con grecas, compuestos con tipografía manuscrita inglesa, entre nubes y pajaritos y con la efigie sonriente del mentado señor Ford. Son ejemplos de pensamiento positivo, superación, etcétera
Otra clase de letreros muy celebrados y compartidos en el Facebook de nuestras entretelas son las frases de los escritores. De todos. Pero con la particularidad de que algunos de esos enunciados están sacados de obras de ficción del literato en cuestión. Es decir, equiparan el pensamiento de Segismundo, si dijésemos, con el de Calderón de la Barca, o el Pascual Duarte con el de Cela, o el del cerdo Napoleón con Orwell. Uno, que pergeña, como puede, de vez en cuando relatos inventados, temblaría de miedo si lo asemejasen (aunque solo fuese un poquito) con alguno de los personajes tan, digamos particulares, que describe.
El que se lleva la palma es Benedetti. Los versos del uruguayo aparecen en el Facebook este en menos que se persigna un cura loco. El hombre es la estrella del libro de caras y su bigote es el que más veces aparece en el dazibao 2.0. Tal vez el poeta no pretendiera con sus versos ser ejemplo, motor y referente del chisme azul.
También hay silogismos, tonantes y terribles, pero planteados con una candidez supina, o falaz, con las conclusiones metidas a capón para que cuadre con el mensaje que se quiere lanzar. El arrimar el ascua a mi sardina, clásico. Son como aquellos que auguraban todos los males del mundo, o el fin de este, directamente y sin pasar por la casilla de salida (ni cobrar la cantidad que ahora sea perceptiva en el juego del palé, que uno lleva lustros sin comprar calles y avenidas y no está al día). “Hoy está nublado y Demóstenes tartajea, la culpa del precio del trigo es de Rajoy (o de Rubalcaba)”.
Hay algunos que comparten con fruición los mentados cartelitos sin discriminar. Tan pronto te enjaretan una frase del 15M, como publican algún pensamiento joseantoniano, o piden elecciones en el Sahara, o que les bajen el sueldo a los políticos, posteando después un retrato del Che con una frase al pie y haciendo lo propio, a continuación y sin solución de continuidad, con un pensamiento de Chesterton.
Algunos, a veces, enarbolan fotos truculentas, generalmente de baja calidad y con colores apagados, acompañadas de terribles frases en tipografías obsoletas y feas. Muchas tienen pinta de ser más falsas que un duro sevillano. O avisos extraños e imposibles que corren de muro en muro como la falsa moneda.
También hay gentes que quieren hacer la revolución posteando con denuedo. Pero sin abandonar el salón, claro, con el frío que hace en la calle.
Pero, si me permites comprensivo lector, lo peor del Facebook son los pasquines. Esos carteles compuestos con la sola intención de insultar y hacer daño. Me recuerdan, salvando las distancias y el tiempo, cuando en algunos pueblos los quintos pintaban con polvos azules de aquellos en algunas casas.
«Josefita, que callado te lo tenías, te han visto por las eras con un forastero»